Domingo 29 de septiembre- Evangelio: San Lucas 16, 19-31

Los lázaros de nuestro mundo se acercan en caravana a tocar a las puertas de los países ricos buscando nuestros trabajos sobrantes, aquellas migajas que caen de nuestras mesas.

Nos hemos acostumbrado demasiado a saber que están, a mirarlos en los medios de comunicación sin verlos realmente. Nos dicen el número, pero no con sus nombres, si el tremendo sufrimiento que hay detrás. En el evangelio es al revés: mientras que el hombre rico no tiene nombre, Lázaro sí. Necesitamos conocer las historias y los dolores de aquellos que viven en la escasez y en la precariedad, frente a sociedades saciadas y sobrealimentadas. Si no actúo, si no soy capaz de reconocer que esos rostros necesitados tienen que ver conmigo, se me pasará la oportunidad de ser agraciado por ellos ¿Cómo habría acabado esta historia si el hombre opulento hubiera abierto su mesa a la riqueza inmensa que, sin saberlo, Lázaro le traía? El profeta Amós subraya la causa de nuestra ceguera:

<<No se duelen de los desastres de José>>. Crecemos en humanidad cuando nos dolemos de la situación de los otros y comprometemos nuestros dones y bienes en aliviarla. 

 

NUNCA ES TARDE (Antonio Murciano)

Este que hoy ves aquí, ya de regreso, náufrago de sí mismo a la deriva, el de la mano un día vengativa, el porque sí rebelde, el loco obseso; este que ves aquí, en carne y hueso, en mentira y en verdad, en alma viva, el que escupió en tu rostro su saliva, el que se fue de ti, el que hizo eso; el que su vida te cerró con llaves, el renegado, el que cumplió condena, ese soy yo, que he vuelto con las aves. Te perdí en el gozar, te hallé en la pena. Tarde te hallé, Señor, pero tú sabes que nunca es tarde si la dicha es buena.

 

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