Comentario al Evangelio del domingo, 25 de febrero de 2018

      Desde la cima de una montaña todo se ve mejor, lo de abajo y lo de arriba. Por eso, muchas ermitas están situadas en altozanos. Y también muchos templos de otras religiones. Allí parece que Dios está más cerca, alejados de los vaivenes y trabajos del mundo y somos más capaces de ver con claridad el conjunto de nuestra vida. Porque, cuando estamos abajo, los árboles no nos dejan ver el bosque. 

      En las lecturas de hoy tanto la primera lectura como el Evangelio acontecen en la cima de una montaña. En lo alto del monte Moria Abrahán se encuentra con el ángel del Señor, es decir, el Señor mismo. Le ha pedido la total disponibilidad ante su voluntad. No hay que dejarse llevar por la idea de cómo Dios podía pedir el sacrificio de su hijo. Es el estilo literario, la forma de hablar de la total disponibilidad de Abrahán que el escritor de aquella época eligió para que la gente de su tiempo entendiese el mensaje. Hoy lo habríamos expresado de otra forma. Por tanto, pasemos de la superficie al contenido central del mensaje: Abrahán está totalmente disponible a la voluntad de Dios, confía totalmente en él y, por eso, Dios le da su bendición. Para él, para sus descendientes y, a la larga, para todos los pueblos de la tierra. Y la bendición de Dios no puede significar más que la promesa de la vida. 

      También en lo alto de una montaña tiene lugar la transfiguración de Jesús ante sus apóstoles. Allí, lejos de las multitudes, quizá en un momento de encuentro y diálogo profundo, fue como los apóstoles fueron capaces de ver con toda claridad quién era Jesús y su relación con las tradiciones judías –de ahí la presencia de Elías y Moisés–. Y eso, cuando lo contaron años más tarde, lo explicaron diciendo que Jesús se había transfigurado ante ellos. Lo habían contemplado iluminado por Dios mismo y habían sentido-escuchado la voz de Dios que les dijo: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”. 

      La experiencia de subir a una montaña fue definitiva. Para Abrahán y para los tres apóstoles que subieron con Jesús. Quizá esta Cuaresma sea nuestra oportunidad para subir también a alguna montaña, para buscar algún momento en el que nos podamos alejar del tráfago diario de la vida. Allí encontraremos, ante todo, silencio. El silencio de Dios que terminará por llegar a nuestro corazón. Allí nos daremos cuenta, quizá, de que nuestra vida no va todo lo bien que debería ir. Allí encontraremos las fuerzas para intentar un cambio, porque contamos con la bendición y la gracia y la fuerza de Dios que no nos abandona nunca. Porque, como dice la segunda lectura, “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” 

Para la reflexión

¿Tendremos tiempo en esta Cuaresma para buscar un ratito de silencio todos los días o una vez a la semana? Quizá esa pueda ser nuestra montaña particular en la que nos encontremos con la bendición de Dios y comencemos a escucharle en nuestros caminos.

Fernando Torres cmf

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