Comentario al Evangelio del 

Queridos hermanos:

Cincuenta días después de la noche de Pascua, celebramos la fiesta de Pentecostés. En los textos de las lecturas de este domingo, aparecen las condiciones para poder acoger al Espíritu de Jesús:

Primero: Estar reunidos: “Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés”, “Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. No sólo reunidos, sino unidos: “En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo”. La comunidad, es el símbolo de la presencia del Espíritu y el sueño del Reino que quiere reunirnos a todos en una mesa común, como veremos siguiendo las reflexiones de los textos. Solo nadie puede salvarse, ni llenarse de la fuerza del Espíritu.

Segundo: Hay que hacer y tener una experiencia de encuentro y acogida, que los que la tienen, la describen así: “En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”, “De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería”. Y es, que como dice San Pablo a los Corintios: “Nadie puede decir Jesús es Señor, sino es bajo la acción del Espíritu Santo”. Sin esa paz, que irrumpe como lenguas de fuego o agujeros del costado, no podremos sentir a Jesús como dueño de nuestras vidas, no podremos superar el miedo.

Cuál sería la experiencia, para que aquellos apóstoles asustados y escondidos, tuvieran la valentía de salir a la calle, a anunciar que Jesús había resucitado, sabiendo que en ello les iba la vida, como así sucedió. Pocos estamos dispuestos a dar la vida por una idea, incluso por una persona, algo pasó en el interior, la presencia del Espíritu, es un viento huracanado que lo transforma todo, bien se lo dijo Jesús a Nicodemo.

Tercero: Somos enviados a todos: “Como el padre me ha enviado, así también os envío yo”, a los judíos y griegos, esclavos y libres, partos, medos, elamitas, de Mesopotamia, Capadocia, del Ponto, Asía, Frigia, Panfilia, Egipto, Libia, Cirene, Roma, Cretenses y árabes… Ya no hay torre de Babel, en la que cada uno habla su propio idioma, todos entienden el lenguaje del amor. Nosotros, debemos vivir nuestra vida ordinaria en estado de misión, cuando conversamos con un amigo, nos comprometemos en algo social, cumplimos en nuestro puesto de trabajo, en todo debe estar presente el sentirnos enviados.

Y cuarto: Para realizar esta misión contamos cada uno con una serie de dones, que hemos de poner al servicio de toda la comunidad: “Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. Por eso, es hoy el día de la Acción Católica y el Apostolado Seglar. Las parroquias, movimientos apostólicos y grupos cristianos, aportamos desde nuestros ambientes, dones y carismas, lo necesario para construir una Iglesia que es comunión y en la que cada uno asume sus responsabilidades.

Pentecostés inicia el tiempo de la Iglesia. Si el Espíritu nos ha congregado en esta Eucaristía, ahora nos envía, para que seamos en todas partes los testigos de una novedad: es posible saltar las barreras del individualismo y del miedo, para compartir la misma fe, el mismo pan y la misma lengua. Salgamos a anunciar que el Espíritu del Señor, renueva y repuebla la faz de la tierra.

Julio César Rioja, cmf

 

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