Algo que nos hace muy humanos es la posibilidad de imaginar diversas situaciones, aunque no las hayamos vivido ni las vayamos a experimentar; la conciencia que tenemos del tiempo; la capacidad, no solo de recordar el pasado –dicen que los elefantes también tienen memoria- sino de soñar futuros. A veces los recuerdos, y las expectativas, nos duelen. Otras veces nos ilusionan. En ocasiones, mirando al pasado, nos vence la nostalgia, pero otras es memoria agradecida. En cuanto al futuro, puede ocurrir que veamos un horizonte radiante, que entusiasma y anima. O una nube amenazante. Y, con todo, qué triste sería no poder evocar lo vivido ni anticipar lo que está por venir. Qué triste sería no poder imaginar futuros. Y trabajar por ellos.

«Fíjate en mi aflicción y en mi amargura, en la hiel que me envenena; no hago más que pensar en ello, y estoy abatido. Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión» (Lam 3,19-22)

En ocasiones andamos un poco mustios. Evocamos lo vivido. Nos encerramos en historias que se convierten en prisión y no nos dejan seguir adelante. ¿No te ha pasado nunca? Una relación que se atravesó. Un mal amor. Una herida que no sabes cómo hacer que cicatrice. Un fracaso personal del que cuesta levantarse. Un pasado glorioso que brilla más con la memoria, porque la memoria tiene esa capacidad de mitificar… A veces hay que aprender a recoger los pedazos y recomponerlos. Mirarse con ternura. Agradecer lo vivido, pero dejarlo marchar. Y sonreírse, a uno mismo, y al futuro. Para salir de las celdas innecesarias. Porque la vida siempre espera más adelante.

¿Hay alguna memoria que te apresa?
¿Qué podrías hacer para dejarla marchar?

«Después derramaré mi espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones» (Joel 3, 1)

Hay que tener alma de soñador. Hay que imaginar mundos mejores, para después imaginar la forma de construirlos. Hay que intuir novedad, mejora, una humanidad más plena. De noche uno imagina. Sueña despierto, en esa última hora antes de quedar dormido. Todo parece más fácil, posible, cierto. Y aunque luego, con la luz del día, los contornos se vuelven más reales y las metas más difíciles, ¿por qué no mantener encendida la llama de la esperanza?

¿Por qué limitarse a arrastrar los días cuando podemos elevarnos y mirar desde una altura hecha de evangelio, de bienaventuranza y de la bondad humana?

¿Cuáles son tus sueños en este momento de la vida?

©Jesuitas

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