«Acudid a mí, los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy tolerante y humilde de corazón, y os sentiréis aliviados.» (Mt 11, 28)

La virtud está en el término medio, que decían los clásicos.

Cuando te sitúas excesivamente cerca de una realidad, sucede que pierdes perspectiva y horizonte. Si pegas la nariz a un cuadro lo verás como una mancha indefinida y multicolor. Sin embargo, alejándote un poco podrás percibir la increíble belleza de las formas y los matices. De esta manera, las situaciones y tareas cotidianas también necesitan ser dibujadas desde la justa cercanía. Y de esta manera, la zona de habitabilidad llegará a cada cosa y posibilitará que la vida fluya armoniosamente.

Lo mismo acontece con las personas; cuando te sitúas demasiado cerca o te implicas en exceso, hay peligro de agobiar, quitar libertad, condicionar, manipular y crear dependencias insanas que recortan la vitalidad y la energía del otro.

 

¿Cómo vivo mi implicación y cercanía en mis relaciones y en mis tareas?
¿Tomo perspectiva ante las situaciones diarias?

 

«Dejad que los niños se acerquen a mí; no se lo impidáis, porque el reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Os aseguro, el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.» (Mc 10, 14)

Dicen también que la distancia es el olvido.

Lo que sí es cierto, es que un jardín que no se riega y se mima con esmero se marchita, y sus rincones de fresca sombra se vuelven desiertos. Por eso para posibilitar cierta armonía en las relaciones, conviene regar los encuentros con gestos y palabras adecuadas. Si te alejas considerablemente de alguien, el frío de la distancia irá, poco a poco, deshilachando lo que habías ido tejiendo en esa relación. Por eso la justa cercanía es muy sabia. Porque es generosa, mesurada, sabe cuándo acercarse y cuándo hay que poner distancia de por medio; sabe respetar los momentos, las estaciones y los procesos. Y es que en el fondo es el principio de todo. Tan necesario, que sin él ni tú ni yo estaríamos en este pequeño punto azul del universo que es nuestro planeta.

¿Percibo alguna relación demasiado lejana a la que quizás tenga que dar el calor de mis gestos o mis palabras?

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