No es una aspiración más. Es el anhelo de toda persona por conseguir una existencia digna y feliz. Porque, ¿quién desea una vida vacía? Nadie ¿verdad? Llenarla parece ser la meta, pero la cuestión es de qué. Porque quien más quien menos, aspira a una vida plena, completa, cumplida o como la queramos llamar. Hasta aquí ningún problema.
El quid de la cuestión viene cuando alguien descubre su mochila vital rebosante de objetos, ansias, prisas y vivencias que, engañosamente, se muestran como valiosos pero que no lo son tanto. ¡Y lo llena que parece estar esa vida! ¡Y lo vacíos que nos podemos sentir! Ojo con ese síndrome de Diógenes espiritual, donde el acumular sin ton ni son –sea lo que sea- embota los sentidos y no deja sitio para lo verdaderamente importante.
 
«No andéis angustiados por la comida y la bebida para conservar la vida o por el vestido para cubrir el cuerpo. ¿No vale más la vida que el sustento?» (Mt 6, 25)

Para identificar eso que sobra y que se va enquistando en la vida, es bueno tomar perspectiva. Párate un instante. Atrévete a asomarte a ese recipiente vital donde vas acumulandoy pregúntate: ¿cuánto de lo que posees hace tiempo que no usas o no necesitas?, ¿cuánto de lo que ves ocupa un lugar innecesario?, ¿qué encuentras ahí que no te llena de esperanza?, ¿qué ves que puede ser susceptible de ser cambiado? Si tuvieras que hacer limpieza, ¿por dónde empezarías? Incluso en el mundo espiritual, al igual que en el físico, es necesario vaciar para llenar; quitar para hacer sitio. Porque ni necesitas todo lo que tienes, ni está tan claro que todo eso te llene la vida.

¿Por qué no poner un poco de orden en esa mochila vital? ¿Qué es lo que de verdad sobra?

 

«Así pues, quien escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a un hombre prudente que construyó la casa sobre roca» (Mt 7, 24)

No hay otra alternativa con el evangelio en la mano.¿Y si llenásemos la vida de VIDA? Sí, parece un mero juego de palabras pero es mucho más. En definitiva es escoger aquello que me llena de la alegría y el horizonte de Dios. Es si decido perdonar o vivo con rencor; si sirvo o me apoltrono; si me desgasto por otros o guardo mis dones solo para mí. Es ser lo suficiente audaz para escoger aquello que me hace bien. Es tener la osadía de quitar esas dinámicas y actitudes que me desajustan. Es querer de verdad lo que Dios quiere para mí, porque eso –seguro- llenará la vida de otros. Y no es cuestión de dinero sino de actitud, de soñar mi mejor versión y escucharme por dentro para dar importancia a lo verdaderamente importante. ¡Y no todos se atreven a hacerlo!

¿De qué quiero de verdad llenar mi vida? ¿Está mi vida llena de VIDA?

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