Comentario al Evangelio del domingo, 10 de abril de 2016

Julio César Rioja, cmf

Queridos hermanos:

NJCuando en la vida nos sucede algún fracaso o momentos difíciles, casi todos nos solemos refugiar en lo seguro. Nos despiden del trabajo, nos dan un diagnóstico médico, se rompe una relación… y buscamos en lo que hacemos habitualmente, el no darle vueltas a la cabeza. Por eso los discípulos han regresado a lo suyo, parece que su aventura ha terminado y lo normal es volver a su antigua profesión de pescadores, han escapado a Galilea. Es lo que saben hacer y es muy razonable, Pedro les dice: “Me voy a pescar. Ellos contestan: Vamos también nosotros contigo” y allí se hubieran quedado.

Pero: “Aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: Muchachos, ¿tenéis pescado? Ellos contestaron: No”. Así estamos, toda la noche bregando en lo nuestro y no hemos cogido ni un boquerón, estamos vacíos sin la presencia del resucitado, sin ideas claras sobre lo que hacer, aunque Él nos había llamado a ser pescadores de hombres. Sólo cuando con sinceridad uno reconoce sus carencias: “no tengo nada”, (al que está lleno de todo en nuestra sociedad le cuesta ver más allá), es capaz de atreverse a comenzar algo nuevo, de ilusionarse como un muchacho y volver a echar las redes.

“La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: Es el Señor” y todo cambia. Pedro se echa al agua, la red está repleta de peces, ciento cincuenta y tres (un número exacto que representa la plenitud). La vida se llena de presencia y entonces somos capaces de superar las pruebas: “Vamos, almorzad”, estamos en la eucaristía, en el recuerdo de la Última Cena: “Toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado”. Queda claro que Jesús está entre nosotros: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntar quién era, porque sabían bien que era el Señor”. Amanece en el lago de Tiberíades, se recobra la esperanza, el mar de las dudas se calma, el signo de la comida fraterna es la evidencia de que el Viviente está en nuestra vida.

Ahora, Jesús le exige a Pedro una triple confesión de amor, quizás para recordar aquella noche de tiple negación. El Pedro fanfarrón, el de la espada, el duro en comprender… tiene que convertirse al amor: “¿me amas? ¿me quieres?”, para tener la primacía debe seguir el camino del Maestro: generosidad, servicio fraterno y entrega total de sí mismo por la vida de los suyos, e incluso le anuncia una muerte para dar gloria a Dios. “Apacienta mis ovejas” es la respuesta, debe ser el amor el que mueva a los párrocos, a los obispos, al Papa, a todos los que pastorean.

La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles nos habla de la obligación de evangelizar, la experiencia de la Resurrección, supera todas las prohibiciones: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”, sin confundir la obediencia a Dios con tener razón. Hay que saber que allí donde la vida vence a la muerte, allí está Dios seguramente, es lo que nos anuncian las apariciones. La Iglesia tiene algo que decir y hacer; tenemos la experiencia de la buena noticia del evangelio y como aquellas primeras comunidades, es obligación nuestra anunciarla, a los que esperan de nosotros una palabra de aliento y esperanza. “Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen”, seamos testigos de la Pascua.

Hay un gran simbolismo en todas estas lecturas de este domingo: peces, ovejas, redes, comida, amanecer, noche…Pero lo definitivo es: “Sí, Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero” que repite Pedro otras tres veces, recordémoslo en muchos momentos en los que intentamos volver a nuestras seguridades y sobre todo tengamos presente que quererle a Él, es querer a todos sus hijos, sobre todo a los más necesitados. Él se aparece, está cada día esperándonos en la orilla, en la calle, en los hogares, en cualquier esquina, ¡no notáis su presencia!, como diría Gloria Fuertes: “Está en el parque, debajo mismo de tu cartera y tu corbata”.  

 

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