mkEstas semanas pasamos del carnaval a la ceniza. Un curioso itinerario. Una de esas expresiones colectivas, donde la tradición, la cultura, la historia y la fe se combinan para reflejar con asombrosa claridad uno de nuestros contrastes profundos. Así somos, a veces escondidos tras máscaras, o envueltos en plumajes brillantes. Y otras veces necesitados de dejar a un lado las capas y envoltorios para mirarnos desde nuestra autenticidad profunda y frágil a un tiempo.

«Aleja de mí falsedad y mentira; no me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan» (Prov 30,8)

Algo de esto tiene el carnaval. Es una especie de apoteosis del sueño, de la quimera, del espejismo. En carnaval no hay más que la fachada que uno quiere mostrar. El estruendo tapa todos los matices Es una curiosa metáfora de cómo a veces puedo vivir.

Me disfrazo de fuerte, cuando me sé vulnerable. Aparento ser duro aunque esté quebrado por dentro. La palabra cortés me evita hablar a fondo. Oculto los ratos muertos, las inquietudes cotidianas, las desazones o las heridas. O enmascaro los miedos con proyectos inacabables.

Supongo que a veces uno tiene derecho a ser prudente en lo que muestra y lo que no. Pero es importante abrir puertas, cuantas más mejor, para poder compartir toda esa vida que va por dentro.

 

¿Qué cosas no dejo ver nunca?
¿Es prudencia, es opción, es rutina o inercia?
¿Hay máscaras en mi vida?
¿Quién me conoce en verdad?

«Así que, eliminando la mentira, decíos la verdad unos a otros, pues somos por igual miembros» (Ef 4,25)

mjVestirse de sayal y cubrirse de ceniza sería la otra cara de esa moneda. Como quien se quita el maquillaje frente a un espejo, para encontrarse con la piel desnuda. Como quien se va despojando de capas o ropas y va quedando desprotegido.

En este tiempo de ceniza insistimos en poder ver nuestra verdad sin adornos. No se trata de mortificarme, o de decir: «no valgo nada». Eso sería ridículo, y falso.

Es intentar verlo todo, lo bueno y lo malo. Mirarme, y saber quién soy. Aceptar la limitación, reconocer el talento y el error. Descubrir las grietas, para ver si hay que hacer algo con ellas. Confiar en ese Dios que me conoce mejor que yo mismo. Y poder compartir este ser mío con otros.

¿Cuál es mi verdad, ante Dios, ante mí mismo, ante los otros?
¿En quién confío?

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