Abridme las puertas de la misericordia

Abridme las puertas de la misericordiaEl pasado mes de marzo, en plena Cuaresma, el papa Francisco anunciaba la celebración de un Año Santo extraordinario dedicado a la Misericordia, que acaba de comenzar. En medio de un mundo convulsionado por la violencia, el terror, el egoísmo y las luchas fratricidas, Francisco nos invitaba a vivir este Jubileo poniendo la misericordia en el centro de nuestras vidas y respondiendo a la llamada que Cristo nos hace a ser “misericordiosos como el Padre”. De esta forma, el Papa quiere que la Iglesia haga patente en el mundo su misión de ser testimonio de la misericordia de Dios Padre-Madre, y nos corresponde a todos trabajar por hacer tangible esta misión.
 
Dice el diccionario de la Real Academia, que la misericordia es el nombre femenino que se refiere a la virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenos. Etimológicamente, proviene del latín misere (miseria, necesidad), cor, cordis(corazón) e ia (hacia los demás). Teológicamente, la misericordia es la caridad, el amor de Dios, puesto en acto, es decir, la misericordia es remangarse y ponerse a trabajar, mancharse los pies de barro por los demás. Levantarse del sofá y ponerse en salida, como nos ha dicho tanta veces el papa Francisco y nos recuerda en la bula de convocación Misericordiae Vultus: “El amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta, intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano” (n.6).
 
A Dios se le describe muchas veces en la Biblia como “paciente y misericordioso” y también se nos dice que su misericordia es eterna. Este Año Santo estamos llamados a vivir de forma especial la misericordia de Dios para con cada uno de nosotros personalmente, pero también a anunciarla y hacerla cercana, sobre todo, “a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea” (n.14).
 
Tres quiere el Papa que sean los pilares en los que nos fijemos durante este año:
 
1.Las obras de misericorida: tanto corporales (visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo, visitar a los presos, y enterrar a los difuntos), como espirituales (enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar al que nos ofende, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo y rezar a Dios por los vivos y por los difuntos).
¿Te animas a pensar 12 pequeños gestos, de esos concretos y casi imperceptibles, uno por cada mes del Año Santo, y ponerlos en práctica como compromiso personal en estos meses?
 
2.La peregrinación: porque la vida misma es una peregrinación y todos somos peregrinos. Pero  invitándonos también a llegar a alguna de las Puertas Santas que se abrirán en este Año como signo de que la “misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio” (n.14). Será también estímulo para la conversión pues, tras peregrinar, al atravesar la Puerta Santa, “nos dejaremos abrazar por la misericordia de Dios y nos comprometeremos a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo es con nosotros” (n.14).
¿Podríamos pensar en las puertas de nuestra casa como “Puertas de la Misericordia”? ¿Seríamos capaces de hacer sentir la misericordia de Dios a cuantos “peregrinos” nos visiten en casa y atraviesen nuestra puerta?
 
3.El perdón: acogiéndolo de Dios a través del sacramento de la reconciliación (y aquí hace un llamamiento especial a los confesores para que sean “verdadero signo de la misericordia del Padre” (n.17) y les dice “que están llamados a abrazar a ese hijo arrepentido que vuelve a casa y a manifestar la alegría por haberlo encontrado” (n.17).) y también ofreciéndolo a los demás. De forma personal, estoy viviendo en estos días el regalo del ejemplo encarnado del perdón en una amiga con la que se ha cometido una grave y dolorosa injusticia y ha decidido, en sus propias palabras, que “alguien tiene que parar esta locura”. Para mí, es el ejemplo claro de lo que Francisco nos dice en la bula: “El perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros, cristianos, es un imperativo del que no podemos prescindir. ¡Qué difícil es muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad de corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices” (n.9).
¿Seremos capaces, como mi amiga, de romper la espiral de micro-violencias, de faltas de amor, que pueden darse muy cerca de nosotros, para abrir una puerta –o una pequeña rendija- por la que se cuele el Amor-Misericordia?
Durante los próximos meses, os iremos presentando una serie de ventanas centradas en distintos aspectos de esta misericordia que queremos hacer crecer en nuestras vidas. Hemos pedido a varios amigos de diferentes procedencias y tradiciones que compartan con nosotros algunas de sus reflexiones, experiencias y vivencias, y os las iremos trayendo a este espacio.
 
N.A: el título de esta entrada hace referencia al texto del rito de apertura de la Puerta Santa con el que se inician los Años Santos. Tras golpear por tres veces la Puerta Santa, el Papa dice: "Abridme las puertas de la justicia, entrando por ellas confesaré al Señor".
 
(Artículo original, AQUÍ)

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