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Categoría: Noticias

El Nacimiento

nacimiento-de-jesusSan Ignacio en los Ejercicios Espirituales nos invita a contemplar y reflexionar sobre el nacimiento de Jesús con tres puntos:

1) Primero, ver a las personas: a Nuestra Señora, a José, a la esclavita (una muchachita que supone Ignacio acompañaban a María y a José) y al niño Jesús recién nacido… y meterme yo en la escena como si presente me hallase.

2) Segundo: mirar, advertir y contemplar lo que hablan; y reflexionar en mi interior para sacar algún provecho.

3) Tercero: mirar y considerar lo que hacen los personajes, como caminar y trabajar para que el Señor sea nacido… (EE no. 114-116)

Esta metodología que propone Ignacio también la podemos aplicar para ver una película como El Nacimiento (The Nativity Story) de Catherine Hardwicke (E.U., 2006, 101 min.). En esta realización se nos narra, siguiendo la información que nos da los Evangelios (Cf. Mt 1, 18-25; 2, 1-12; Lc 1, 26-38; 2, 1-21) y algunos datos que nos aporta la historia y la arqueología, lo acontecido un año antes del nacimiento de Jesús: es decir cómo vivan los judíos en Palestina bajo el poder romano, como se dio la Anunciación, cómo María y José fueron a Belén… hasta terminar en el Nacimiento con la adoración de los pastores y los Magos de Oriente.

La primera parte de la película es una buena recreación con escenarios más bien realistas, con una María y un José y demás familia, más de carne y hueso que como tradicionalmente se han presentado en la iconografía o en películas religiosas. Las secuencias en Belén evocan más a los cuadros plásticos del Niño, María y José o una obra teatral de Navidad. Qué pena, al final, se pudo hacer un trabajo más cinematográfico.

Sí, podemos encontrar en la película algunas fallas en cuanto al tratamiento de la historia o la producción; pero la película puede funcionar para ver, ya no con la vista de la imaginación como dice San Ignacio en los Ejercicios, sino con los propios ojos secuencias que nos evocan el misterio de Dios que se ha encarnado, hecho Niño, para salvarnos. Al contemplar tan bellas imágenes podemos pedir también con San Ignacio “el conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga” (EE no. 104).

La piel que habito

La-piel-que-habitoLa vieja y mítica historia del doctor Frankestein (de James Whale, 1931) es recreada para este tiempo por Pedro Almodóvar en su última película, La piel que habito. El doctor Roberto Ledgard (un Antonio Banderas inusitado) pierde a su esposa a partir de un accidente en que ella queda con graves quemaduras y se suicida al no soportar verse así. El médico cirujano plástico se empeña en hacer transplantes de piel y en ‘crear’ una joven mujer que tenga el rostro de su esposa muerta.

Estamos ante el mismo temerario atrevimiento del hombre que intenta tomar el rol de un creador, de un dios, y pasar por encima de la naturaleza, manipularla, someterla, sin prever las consecuencias que desatará su orgullo.

Almodóvar corre todos los riesgos de este escabroso asunto –con todas las implicaciones éticas y morales que conlleva-, sabiendo que están sobre la mesa y a discusión los avances actuales de la experimentación científica médica y de la manipulación genética.

Es impresionante cómo Almodóvar no se detiene para crear y recrear historias cinematográficas, suscitando de igual manera adhesiones y rechazos, simpatías y fobias. Pero el director manchego se luce nuevamente y se supera al armar tan cuidadosamente un rompecabezas nada sencillo, al dosificar hábilmente la información para el público; al encontrar el acierto y la belleza de cada encuadre perfectamente elegido y dirigido; al dar el color, la luz y la melodía que pide cada escena.

Por las influencias reconocidas por él mismo, Almodóvar es heredero del mejor cine norteamericano no sólo de terror (Frankestein, 1931), sino de suspenso (Vértigo, de Hitchcock, 1958) y de cine negro policíaco (La mujer del cuadro – The Woman in the Window, de Fritz Lang, 1945); pero además, en esta su reciente película, el cineasta manchego toma directamente el argumento del filme Ojos sin rostro (de Georges Franju, 1960) y de la novela Tarántula (Mygale, de Thierry Jonquet, 1984), y hace su propia y lúcida recreación. Tener estas referencias cinematográficas hace aún más disfrutable el cine de Almodóvar.

En La piel que habito reconocemos los temas más queridos de Almodóvar en sus mejores filmes, pero manejados ahora con más sutileza, perfección y riesgo: la madre omnipresente de Todo sobre mi madre (1999) y Volver (2006), la muerte y la pasión erótica de Matador (1986) y Carne trémula (1997), la obsesión fascinada hecha de ternura, sexualidad y locura de La ley del deseo (1987), Átame (1990), y Hable con ella (2002). Pero estamos en 2012, cuando los avances tecnológicos parece que pretenden dominar al ser humano –aun cuando éste se considere el creador-, y encerrarlo en relaciones virtuales que impiden el acceso a la verdad e identidad de cada persona. Por eso en gran parte de esta película vemos a los protagonistas a través de cámaras vigilantes, interfonos, computadoras, pantallas de televisión, cuadros…; como si nunca pudiéramos acercarnos al verdadero cuerpo humano.

La piel que vemos o tocamos es creada, es un invento, pero ¿quién es realmente la persona? ¿Quién es realmente Vera, la creatura de este nuevo doctor Frankestein? ¿Quién es la verdadera persona detrás de esa piel que habita? Los espectadores tendremos 120 fascinantes minutos para descubrirlo, si no nos distraemos en la sala de cine.

El Árbol de la vida

Tree-of-life-movie-1El árbol de la vida(TheTree of Life) es una plegaria en cine, no una película convencional. Igual que en la oración cristiana, has de ir a ella con tu presencia abierta, dispuesta, humilde, en escucha, dialogante, amorosa; para seguir el aliento del Espíritu, sin saber a dónde te llevará; sin querer comprenderlo todo, dispuesto a rendirte ante el Misterio. Así es El árbol de la vida.

La historia que da la materia para este ejercicio espiritual es la de una familia texana en los años 50s, los O’Brien, con papá, mamá, y tres hijos, donde el mayor, Jack, será el hilo conductor. Nada extraordinario: un papá trabajador, responsable, enérgico, exigente; una mamá tierna, dedicada, prudente, sumisa, religiosa, y tres chicos que juegan en el río, y con las ranas, y con resorteras, y que van de compras con sus padres, y que no entienden todo lo que les mandan y se rebelan. Y también está cada espectador y su propia historia de la infancia, y su propia familia, y sus recuerdos, sentimientos, mociones interiores, preguntas. Cada uno, cada una, como hijo, hermano, padre, madre. El árbol de la vida va ofreciendo, a lo largo de 140 minutos, algunos puntos e imágenes para que cada quien vaya haciendo su propio ejercicio espiritual frente a la pantalla.

TerrenceMalick (1943) sólo ha filmado cinco películas en su valiosa trayectoria profesional: Malas tierras (Badlands, 1973), Días de cielo (Days of Heaven, 1978), Ladelgada línea roja (TheThin Red Line, 1998), El nuevo mundo (TheNew World, 2005), y ahora El árbol de la vida (TheTree of Life, 2011), ganadora de la Palma de Oro en el pasado festival de Cannes. Su atrevida propuesta visual y meditativa tiene aquí el apoyo sobresaliente del mexicano Emmanuel Lubezki en la fotografía, de Alexandre Desplat en la dirección musical, y de una muy cuidada edición. Todo formando un extraordinario poema cinematográficode inusitada belleza (que no dudo a algunos les parecerá aburrido y confuso), que nos pide atrevernos a vivir una experiencia y dejar que ella nos lleve. Por eso, repito, se necesita la disposición personal, el tiempo, la apertura de corazón y de sensibilidad, la conciencia de lo que está sucediendo en el alma, y no engancharse con el engaño de querer explicaciones racionales, complacencias, materia fácil y digerida, acción inmediata y pasajera. Por tanto, no cualquier espectador estará en su momento para hacer este ejercicio espiritual, y no todos serán ‘sujetos’, ejercitantes, para ver El árbol de la vida.

Alguno de los puntos que dirigen esta plegaria cinematográfica es la pregunta por Dios y la búsqueda de su presencia y de su voluntad. La pregunta a Dios, a la vida, a los otros, al Misterio, en medio del dolor, de la pérdida, del desconcierto, de la duda, como lo van haciendo Jack y su madre:“¿Por qué sucedió? ¿Dónde estabas Tú?”. “¿Por qué ser bueno si tú no lo eres?”. “¿Por qué vine al mundo?”

Es la búsqueda de comunión con el hermano, con la madre, con el padre, con Dios, de un Jack adulto, un arquitecto de éxito profesional en Houston, perdido y solitario en un mundo frío e inhumano. Es la relación personal con Dios mediada por las representaciones, imágenes y experiencias de la infancia y de la vida: papá o mamá que me transmiten mi imagen de Dios, y el cosmos imponente del que formo parte.Y es también la interpelación de Dios a Job en la tormenta: “¿Quién es éste que empaña mi consejo con palabras sin sentido? Si eres valiente, prepárate. Yo te preguntaré y tú me responderás: ¿Dónde estabas tú cuando cimenté la tierra? Habla, si es que sabes tanto” (Job 38, 1-3). Éstees el epígrafe con que inicia la película, para reconocernos con toda nuestra pequeñez y nuestra grandeza en medio de un universo que nos sobrecoge y nos rebasa, y de un Dios Creador que nos interpela pero no nos abandona.

¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Por dónde andar?… “Hay dos caminos para andar en la vida –dirá la señora O’Brien- : el camino de la naturaleza y el camino de la gracia”. “En el primero, el camino de la naturaleza, sólo buscas complacerte a ti mismo y que los demás te complazcan, y pierdes el ser feliz aun cuando el mundo brilla alrededor de ti. En el camino de la gracia, no buscas complacerte a ti mismo, y aceptas incluso ser olvidado, echado a un lado, menospreciado y humillado. Cada quien ha de elegir cuál camino quiere seguir. Pero nos enseñaron que quien ama el camino de la gracia, no llegará a un mal final”. “La única manera de ser feliz es amar; si no amas, tu vida pasa como un destello”.

Pero el camino de la gracia, del amor, no es fácil: hay que aprenderlo, transitarlo, perderlo, equivocarse, buscarlo, reandarlo, y volver siempre a aquellas experiencias donde se nos regaló la vida, la confianza, la ternura, el cuidado, el perdón…Quizás entonces, en ese camino espiritual, a través de tantas experiencias, podamos exclamar como Job: “Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos” (Job 42, 5).

 

 

Luis García Orso SJ, México

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