Mensajeras de esperanza

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Ponernos en camino como anunciadores es, ante todo, una gracia, una llamada, una convocatoria que nos agita e inquieta el corazón, fundada en la confianza hacia el Autor de esta llamada. Anuncio de una habitación, de una acogida de la Palabra que se hace morada en nosotros mismos, mientras recorremos las calles junto a todos aquellos que Dios nos regala a lo largo de la vida.

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Anunciar la Gratuidad en la gratuidad, como un reconocer la belleza de la consagración en la obediencia humilde de la escucha continua de la voz de Dios, que nos pone en movimiento para romper las cadenas de la auto referencia, nos empuja a dar la vida por los otros, experimentando la indecible alegría de no pensar en nosotros mismos. Y como, María Mazzarello, notificar de nuevo el“cuarto de hora” en conexión con Él, presente en las personas y en la realidad de nuestro mundo.

Anunciar la Paz en la armonía, como un ejercicio cotidiano de integración interior, de acogida de nuestra humanidad como espacio de encuentro, en el que Dios obra y actúa con misericordia. Vivir tocando delicadamente la tierra de la existencia nuestra y de los otros como quien toca un misterio. Y ante el misterio sólo podemos arrodillarnos. Reconocer al Dios de la Paz nos empuja a hacer frente contra la injusticia, la violencia, el dolor de la humanidad, llevando la Palabra testimonio de perdón, de gestos de inclusión, de bondad. Sólo el Dios de la paz puede hacer irrumpir el Magníficat en la existencia de la humanidad entera que sintetizará la experiencia de su Amor, a lo largo de la vida, a lo largo de la historia.

Anunciar la Solidaridad en la proximidad, como siempre hemos visto a Jesús, en su camino, junto a sus discípulos. En el hoy que nos toca vivir y construir, quisiéramos poner nuestros pasos al ritmo de los pasos solidarios del Maestro. El ritmo de la cercanía nos hace aprender, a través de los dones y las riquezas de los otros, a comprender sus dolores más profundos y a compartir sus esperanzas, alimentadas por la esperanza evangélica.

Proximidad en el encuentro cotidiano con las hermanas en la comunidad, con una mirada que acoge, con una palabra que despierta, con la sensibilidad de dejarnos formar y acompañar por los otros que Dios nos pone al lado en el camino de la vida. Proximidad a los jóvenes y, con ellos, empujadas por la Palabra, proseguir con alegría, hacia la plenitud de la vida para todos. Proximidad a las realidades de sufrimiento de toda naturaleza, que hay en este mundo, con la firme decisión de confrontar nuestra vida con las propuestas del Evangelio y, poco a poco, configurarnos con Jesús en el rostro de los pobres, de los excluidos, de los niños abandonados, de los ancianos. Tocar nuestra vulnerabilidad redimida por la misericordia de Dios.

Anunciar en camino, pidiendo siempre la gracia de hacernos habitación de Dios para los demás, y acoger la habitación del otro como el rostro auténtico de Dios.

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