Comentario al Evangelio del domingo, 11 de octubre de 2015

Julio César Rioja, cmf

Queridos hermanos:

KMHay diversos tipos de homilía, a propósito del Evangelio de hoy, os cuento esta historia que escribí hace tiempo:
Un día Jesús estaba predicando en un pueblo; al acabar sus palabras se dirigió a las afueras del pueblo para disponerse a partir para otro sitio. Allí le esperaba un joven que lo había escuchado con deleite. Se le acercó y le dijo: Maestro, quiero seguirte. Jesús lo mandó a despedirse de su familia y a recoger sus cosas, le esperaría allí mismo.

Aquel joven fue a su casa, se despidió de su familia y metió en su coche aquello que le parecía imprescindible: el móvil, el vídeo, el compacto, sus libros, su ordenador, sus máquinas, sus cheques y papeles, ropa de moda, zapatos, camisas… no metió a su novia porque aún no la tenía. Y se fue a las afueras del pueblo.

Al verlo Jesús le dijo: ¡Dónde vas!, ¿no ves que yo voy andando y si tú vas en coche correrás más que yo y llegarás a los pueblos mucho antes? Así no puedes seguirme, sino ir por delante.

Pues te iré buscando aposento, sugirió el joven. No debes de saber que el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza. Bueno, bueno, vuelve a casa y deja todo eso si quieres seguirme.

Y es que siempre hay algunos que quieren correr más que Dios.

El joven volvió a su casa y dejó el coche, pero siempre hay cosas de las que parece imposible desprenderse. Sacó su mochila más grande y la llenó de aquellos libros de las grandes ocasiones (si llega a ser religioso seguro que no le faltan la Biblia y el Breviario), aquella música, la ropa, las fotos, el seguro, las tarjetas de crédito y por supuesto el móvil. La mochila realmente era impresionante, pero cabía todo aunque pesase. Otra vez fue a las afueras del pueblo.

Jesús al verle, sonriendo ahora, le dijo: ¿Pero no me entiendes?, así tampoco puedes seguirme, con todo ese peso, llegarás a los sitios dos o tres días más tarde. Quedarás enseguida descolgado y te perderás todas mis predicaciones, interrumpirás la marcha. Anda vuelve a casa y deja tu mochila.

Y es que siempre hay algunos que quieren que Dios camine a su paso.

El joven, entristecido, volvió a casa y dejó su mochila. Tuvo una idea y pensando que el Maestro ni se enteraría, metió en sus bolsos su chequera, sus tarjetas, su cartilla de la Seguridad Social. Quién sabe si por esos caminos podían quedarse sin comida, o tendría que volverse, o caería enfermo y además el Maestro no se daría ni cuenta. Y por tercera vez se fue hacia las afueras.

Jesús le miró a la cara y el joven se puso rojo. Amigo, donde vamos, no hay cajeros automáticos, nosotros no solemos visitar los Bancos y no me has oído muchas veces que el que quiere conservar su vida, la pierde. Si quieres estar seguro, quédate en casa, así no puedes seguirme.
Por fin el joven fue a casa y lo dejo todo, se presentó ante Jesús sólo con la ropa puesta: los vaqueros y la camisa; y le dijo: ¡Ahora sí podré seguirte, no traigo nada!

¿Qué pensáis que le respondió Jesús?, seguro que pensáis que le dijo que sí (tenemos metidos en la cabeza ciertos conceptos raros sobre los hombres y sobre la pobreza).

Pues Jesús le dijo: Vuelve a tu casa y cuando hayas limpiado de tu corazón el apego a las cosas, tus seguridades ficticias, tu egoísmo, tu afán de posesión, tu…; entonces podrás seguirme. Yo pasaré por aquí dentro de un año aproximadamente, trabaja hasta entonces.

Y aquel joven marchó contentísimo y alegre a su casa, porque aquella tarde el Maestro, le había hecho ver todo lo que importa.

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