EDITORIAL: Aquí está todo

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Benedicto XVI y Papa Francisco: su ‘estar ahí’ ilumina hoy la vida de la Iglesia y del mundo. Diferentes, y sin embargo con muchos rasgos símiles, más de cuanto aparezca. Testimonios de humildad: la que ha empujado a Benedicto XVI a renunciar al pontificado y al papa Francisco a quererlo cercano como sostén seguro en la oración. Común es la pasión evangelizadora y el compromiso por la unidad de la Iglesia. Aparece con limpidez en la encíclica “Lumen fidei”, escrita “a cuatro manos”, como ha afirmado el Papa, que de allí también ha sacado inspiración para la extraordinaria exhortación “Evangelii gaudium”.

Testimonios de predilección por los débiles y los pobres, están reunidos por los rasgos de la bondad del corazón, del respeto, de la misericordia.

Para Benedicto “que se reconoce débil y pecador se confía a Dios y de él obtiene gracia y perdón… en el corazón de la celebración sacramental no está el pecado, sino la misericordia de Dios, infinitamente más grande de cada una de nuestras culpas”. Para el Papa Francisco es un leit motiv remachar que “la alegría de Dios es perdonar. Es la alegría de un pastor que reencuentra a su ovejita… de un padre que acoge de nuevo al hijo en casa… Aquí está todo el Evangelio, está todo el Cristianismo… no es sentimiento, ¡no es buenismo!”.

Es un tema profundamente evangélico, propuesto en este número del DMA. La misericordia es vista en la óptica de un Dios que continúa amando, teniendo confianza en nosotros, no obstante nuestro pecado, para llevarnos de nuevo a la vocación primitiva de ser colaboradores con Él en la construcción de un mundo más humano. Hablar de misericordia no es hablar sólo de sentimientos del corazón, de emociones. Se trata de acción. Provoca a un estilo relacional que acerca al otro, mostrando respeto y ausencia de prevaricación.

Incisivo el testimonio de algunas mujeres, plasmadas por la costumbre del respeto y de la misericordia. Como Dorothy Day, activista liberal convertida, para la cual no hay sólo la hospitalidad de la puerta, sino también la del rostro y del corazón. Para ella “el verdadero amor es delicado y gentil, lleno de comprensión, lleno de belleza y de gracia, lleno de alegría indecible”. Así como Ángela Vallese, que sabía animar comunidades donde germinaban visiblemente los frutos del Espíritu: amor, alegría, paz, benevolencia, bondad.

“Cuando entendemos que Dios ama hasta al más abandonado de los seres humanos, el corazón se abre a los demás, nos hacemos más atentos a la dignidad de cada persona y nos interrogamos sobre cómo participar en la preparación de su porvenir”, es la convicción que ha sostenido la vida de Frère Roger. Y es ciertamente también la nuestra.

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