DMA201304Comunicar la extraordinaria herencia que Jesús ha transmitido en la entrega de sí mismo como Presencia viva: es la razón de ser de la Iglesia, su recorrido en la historia. Un misterio de fe, una certeza que es motivo de consuelo, de esperanza. El año de la fe ofrece una oportunidad de revitalizar la memoria de la Presencia de Jesús; fuente de la que bebemos para dar credibilidad al anuncio de la Buena Noticia a los jóvenes.

Esto nos han transmitido Don Bosco y Madre Mazzarello: herencia a custodiar y a transmitir, fieles y creativas. La fuerza del carisma nos provoca a depositar en el corazón de los jóvenes la ‘levadura del anuncio evangélico’. Pequeñas semillas a echar en el surco de la historia, en la vida de los jóvenes; no sabemos los tiempos de la germinación y del florecimiento. Pero ciertamente los frutos vendrán, según ritmos que no nos pertenecen. Lo subraya el presente número de la Revista.

Es impresionante la narración de Justino, filósofo cristiano, mártir en Roma hacia el 167 d. C., que documenta como los primeros cristianos vivían la Memoria de la presencia de Jesús: “Terminadas las oraciones… al preboste de los hermanos se le llevan un pan y una copa de agua y de vino mezclado con agua; él los toma y alza alabanza y gloria al Padre del universo en el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, y hace un rendimiento de gracias. Cuando él ha terminado las oraciones y el rendimiento de gracias, todo el pueblo presente aclama: ‘Amén’. Luego, aquellos que nosotros llamamos diáconos, distribuyen a cada uno de los presentes el pan, el vino y el agua consagrados y los llevan a los ausentes. Este alimento nosotros lo llamamos Eucaristía, y a nadie le es lícito participar de ella, sino a quien cree que nuestras enseñanzas son verdaderas… En efecto, nosotros los tomamos no como pan y bebida común; sino… como carne y sangre de Jesús encarnado. En efecto, los Apóstoles, en sus memorias llamadas evangelios, transmitieron que Jesús les dejó este mandato”.
Prosigue Justino: “En el día llamado ‘del Sol’ nos reunimos todos juntos, habitantes de las ciudades o de los campos, y se leen las memorias de los Apóstoles o los escritos de los Profetas. Cuando el lector ha terminado, el preboste con un discurso nos amonesta y exhorta a imitar estos buenos ejemplos. Luego todos juntos nos levantamos en pie y elevamos oraciones, y, como hemos dicho, terminada la oración, se traen pan, vino y agua… con oraciones y rendimiento de gracias”.

Es hermoso pensar que somos nosotros, hoy, los herederos de esta riqueza, con los jóvenes a los que Benedicto XVI dirigió la invitación: “Id y haced discípulos a ¡todos los pueblos!”.

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