943606 10151492271939702 519861891 nJesús se encuentra en casa de Simón, un fariseo que lo ha invitado a comer. Inesperadamente, una mujer interrumpe el banquete. Los invitados la reconocen enseguida. Es una prostituta de la aldea. Su presencia crea malestar y expectación. ¿Cómo reaccionará Jesús? ¿La expulsará para que no contamine a los invitados?
La mujer no dice nada. Está acostumbrada a ser despreciada, sobre todo, en los ambientes fariseos. Directamente se dirige hacia Jesús, se echa a sus pies y rompe a llorar. No sabe cómo agradecerle su acogida: cubre sus pies de besos, los unge con un perfume que trae consigo y se los seca con su cabellera.
La reacción del fariseo no se hace esperar. No puede disimular su desprecio: “Si este fuera profeta, sabría quién es esta mujer y lo que es: una pecadora”. El no es tan ingenuo como Jesús. Sabe muy bien que esta mujer es una prostituta, indigna de tocar a Jesús. Habría que apartarla de él.
Pero Jesús no la expulsa ni la rechaza. Al contrario, la acoge con respeto y ternura. Descubre en sus gestos un amor limpio y una fe agradecida. Delante de todos, habla con ella para defender su dignidad y revelarle cómo la ama Dios: “Tus pecados están perdonados”. Luego, mientras los invitados se escandalizan, la reafirma en su fe y le desea una vida nueva: “Tu fe te ha salvado. Vete en paz”. Dios estará siempre con ella.
Hace unos meses, me llamaron a tomar parte en un Encuentro Pastoral muy particular. Estaba entre nosotros un grupo de prostitutas. Pude hablar despacio con ellas. Nunca las podré olvidar. A lo largo de tres días pudimos escuchar su impotencia, sus miedos, su soledad... Por vez primera comprendí por qué Jesús las quería tanto. Entendí también sus palabras a los dirigentes religiosos: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas entrarán antes que vosotros en el reino de los cielos”.
Estas mujeres engañadas y esclavizadas, sometidas a toda clase de abusos, aterrorizadas para mantenerlas aisladas, muchas sin apenas protección ni seguridad alguna, son las víctimas invisibles de un mundo cruel e inhumano, silenciado en buena parte por la sociedad y olvidado prácticamente por la Iglesia.
Los seguidores de Jesús no podemos vivir de espaldas al sufrimiento de estas mujeres. Nuestras Iglesias diocesanas no pueden abandonarlas a su triste destino. Hemos de levantar la voz para despertar la conciencia de la sociedad. Hemos de apoyar mucho más a quienes luchan por sus derechos y su dignidad. Jesús que las amó tanto sería también hoy el primero en defenderlas.

José Antonio Pagola
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Red Evangelizadora BUENAS NOTICIAS
Contribuye a defender a las mujeres más indefensas.

16 de junio de 2013
11 Tiempo ordinario (C)
Lucas 7,36-8,3

fuente:
http://sanvicentemartirdeabando.org/
http://eclesalia.wordpress.com/
http://feadulta.com/

EL VALOR SUPREMO ESTÁ EN LA PERSONA, NO EN SU MORAL
Escrito por Fray Marcos
Lc 7, 36-8, 3

Este relato lo narran los cuatro evangelistas, aunque con detalles muy diferentes. Es un relato clave en los evangelios, porque nos demuestra con un hecho concreto, la actitud de Jesús para con los pecadores; pero también la actitud de aquellos fariseos cumplidores, que no eran capaces de ver más allá de sus narices o mejor, más allá de lo que manda la Ley. Los fariseos identificaban al pecador con su pecado. Jesús ve el valor de la persona humana más allá de sus fallos, que puedan hacernos pensar que esa persona es despreciable.

Hoy no se necesita mayores exégesis, porque el mensaje está muy claro. La clave está en analizar con cuidado los personajes que manifiestan sus actitudes a través del relato. La pecadora, Jesús, el fariseo y en los otros evangelistas, los apóstoles (Judas), que desde la superficialidad y raquitismo, desde la que solemos operar la mayoría de los mortales, no se enteran de nada y hablan, de despilfarro y de los pobres. Pero no debemos olvidar, que el verdadero protagonista es Dios o mejor las ideas sobre Dios.

Es muy interesante descubrir que este relato y otros parecidos, no concuerdan con la idea que los cristianos hemos mantenido sobre los fariseos. No debían ser tan enemigos de Jesús, cuando le invitaban a comer, gesto que solo se tenía con las personas distinguidas y de cierto rango. Aunque no estuvieran de acuerdo con muchas de sus enseñanzas, su oposición no debió ser tan tajante desde el principio.

"Evangelio" significa en griego, buena noticia. Pues la mejor de todas las noticias que podía recibir cualquier ser humano es la que vamos a comentar hoy: Dios es perdón, porque Dios es amor. Tal vez sea el aspecto más original de todo el mensaje de Jesús. La experiencia de Dios que llegó a tener él, es la raíz de todo su mensaje. Esa experiencia le llevó a hablar de Dios como Abba (padre y madre). Si no comprendemos y aceptamos este mensaje, todo lo demás carece de coherencia y nos llevará a un callejón sin salida.

Los judíos no fueron capaces de encajar el tema del perdón tal como lo predicaba Jesús. Claro que creían en el perdón de Dios, pero lo interpretaban a la manera del perdón humano. Después de dos mil años, seguimos sin aceptar el perdón que predicó Jesús. Seguimos escandalizándonos de que Dios ame a los malos. Aceptamos que Dios perdone a los buenos, pero eso de que ame al pecador antes de que se arrepienta, es algo que supera todo lo que pudiéramos aceptar de un Dios "justo". ¿Que ventajas tendríamos, entonces los que nos portamos bien, aunque alguna vez fallemos? Es ésta una actitud muy sutil que pone de manifiesto hasta qué punto aceptamos con sordina el mensaje del evangelio.

Nos distanciamos del evangelio cuando planteamos nuestras relaciones con Dios como si fuera un ser humano. Es más, nos atrevemos a decirle que tome ejemplo de nosotros (perdónanos como nosotros perdonamos).

Dios no tiene actos. En Dios los verbos no se conjugan porque no está afectado por tiempos ni modos. Dios todo lo que hace, lo es. Todo lo que posee, es esencial en Él. Pensar que Dios cambia de postura con relación a un pecador porque hace penitencia es descabellado, si lo entendemos literalmente. Es solo una manera de decir que el pecador, en un momento determinado, se da cuenta de lo que Dios es para él, y que sus pecados no le han apartado un ápice de ese Dios que es amor.

"Tus pecados están perdonados". El mismo evangelio presupone una mala interpretación de la frase cuando se pone en duda la potestad de Jesús para perdonar pecados. No queremos ver la realidad. Jesús no dice: `Yo te perdono`, porque con el conocimiento que tiene de Dios, sabe muy bien, que ni él ni Dios tiene nada que perdonar. La actitud de Dios es siempre la misma, no puede cambiar. Eternamente será amor.

Lo que dijo Jesús, lo puede decir cualquiera a cualquiera. Por parte de Dios, tus pecados están siempre perdonados. La pelota está siempre en tu tejado. Tú eres el que debes cambiar tu actitud vital para que descubras ese perdón y pueda significar algo esencial para cambiar tu vida. El descubrir que Dios sigue amándote, a pesar de tus fallos, tiene que llevarte a una confianza absoluta y total en Él. Eso confianza es el fundamento de todo futuro verdaderamente humano. Sin esa confianza, el futuro se oscurece definitivamente.

Este es el mensaje de Jesús. Esto es lo que Jesús quiso decirnos de Dios. Otra cosa es que nosotros lo hayamos aceptado realmente. ¿En qué lugar queda la confesión, tal como se ha entendido durante siglos? Es un problema que tenemos que resolver, pero nunca a costa del mensaje evangélico. La confesión se ha utilizado muchas veces como instrumento de control sobre la gente. Esto es lo que tenemos que superar. Recordemos aquel cuento oriental: Un vendedor de agua tenía su puesto muy cerca de una fuente, el éxito de su negocio consistía en que los transeúntes no descubrieran que la fuente estaba a unos metros de distancia, detrás de unos arbustos... La conclusión es clara: no os dejéis engañar, no aceptéis agua envasada y tasada. Id a la fuente.

Lo que acabamos de decir, no sólo no hace inútil la confesión, sino que le otorga su verdadera dimensión humana. Para mí, la confesión es el más maravilloso invento de nuestros dos mil años de cristianismo. El mayor bien que yo mismo he hecho nunca a una persona ha sido en la confesión. Dios no necesita la confesión, pero nosotros sí. Esto debemos tenerlo muy claro a la hora de utilizar el sacramento de una manera provechosa. La confesión es un signo que debe llevarme al descubrimiento de una realidad, el amor que es Dios. Es un proceso de iluminación que cambia la manera de verme.

Basta tomar conciencia de que alguien me ama para que todo cambie a mi alrededor La mujer del evangelio mostraba un agradecimiento tan grande, porque era consciente de que el perdón que había recibido era signo de un gran amor. El amor es una realidad tan profundamente humana que nadie, que se sienta querido de verdad, puede seguir indiferente. Es más, solo si uno se siente amado, podrá descubrir su capacidad de amar.

El automatismo a la hora de celebrar los sacramentos no tiene sentido. La confesión no es un quitamanchas. La confesión es un proceso que me debe llevar de una conciencia de pecado a una conciencia de superación de esos fallos. De una desesperanza a una total confianza, en lo que yo soy, y en lo que es Dios. Esta es la verdadera fe-confianza. El objetivo primero de la confesión debe ser el descubrir el amor incondicional de Dios. Una vez que nos sentimos amados, surgirá en nosotros el deseo de corresponder, amando.

No podremos entender el tema del perdón si no tenemos claro el concepto de pecado. Pecado no es el incumplimiento de una ley. Una acción o una omisión, no son pecado porque esté mandada o prohibida. Al contrario, está mandado o prohibido porque es pecado. Esta sutileza no es fácil de captar, pero es imprescindible para aclararse.

Si no descubro la razón de mal en lo que hago o dejo de hacer, nunca estaré motivado para la acción o la omisión. El pecado siempre es fruto de una falta de conocimiento. Si yo estoy convencido de que algo es malo para mí, nunca podría la voluntad apetecerlo. Cuando la voluntad quiere algo, es porque la razón se lo presenta como bueno. Por eso la superación del fallo no se consigue por voluntarismo, sino por un conocimiento más profundo.

"Tu fe te ha salvado". No es lo que ha hecho y dicho Jesús lo que salva. Es el cambio de actitud de la mujer, reconociendo y confesando su pecado, y descubriendo que por parte de Dios está superado, lo que le ha traído la salvación. En realidad se trata de una toma de conciencia de lo que Dios es, a pesar de lo que somos nosotros. Es reconocer que Dios, que me conoce mejor que yo mismo, me acepta como soy.

Aquí "fe", como casi siempre en la Biblia, significa confianza. La confianza salva siempre, porque no tiene en cuanta la calidad ni la cantidad de los fallos sino la calidad de la confianza que tengamos en Dios.

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