El silencio frente al misterio

Si por una parte es legítimo que el ser humano se interrogue sobre las leyes naturales que gobiernan el cosmos, sobre el sentido global de la propia existencia y sobre el confuso y perenne devenir de la historia, por otra, el mismo ser humano experimenta sus propios límites y es consciente de su incapacidad radical para conocer y poder explicar todo. La realidad posee dimensiones que no se pueden definir con absoluta claridad y exactitud.

El ser humano en búsqueda, fascinado y admirado por todo lo que le revela la razón, la ciencia y sus instrumentos de observación, atemorizado y maravillado por su pequeñez respecto a las dimensiones del universo, con la curiosidad de saber y con sentimiento de angustia frente a lo desconocido, hace posible que también surjan preguntas que tienen que ver con el porqué, con el significado último de todo y, especialmente, con el sentido de su ser en este mundo. Frente a estas preguntas, no son suficientes los lenguajes humanos de la lógica, de lo razonable, de lo medible y del cálculo matemático. A menudo el ser humano se ve obligado a callar.

Es el silencio frente al misterio. Un silencio que habla de lo que no puede ser dicho y explicado en lenguaje humano, que expresa la actitud existencial de aceptación del tejido y de la madeja misteriosa de los acontecimientos de la vida humana, caracterizada a menudo por lo trágico y por un peso de dolor insoportable. El silencio frente a lo desconocido aviva en el ser humano el sentido y el gusto por la infinitud del misterio, en el cual las pocas cosas que conocemos adquieren un sentido, una orientación, una identidad modesta, pero suficiente para la vida cotidiana. Esta actitud hace crecer el respeto por el cosmos, por los demás, por uno mismo, y predispone a la aceptación del misterio del tiempo, de la historia y, en último término, de Dios.

La verdadera sabiduría se demuestra muchas veces callando, escuchando honestamente la realidad incomprensible y aceptando la incapacidad humana de poder dar una respuesta razonable. Quien calla al aceptar sus propios límites se abre a un horizonte de conocimiento más vasto y más profundo.

(P. Silvio Báez).

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