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Categoría: Para Pensar

Comentario al Evangelio del domingo, 14 de abril de 2019

      La celebración de hoy me trae a la memoria aquel refrán que dice “qué poco dura la alegría en la casa del pobre”. Pasamos muy rápidamente de la celebración de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén a la lectura de la Pasión. Todo en la misma celebración. Oímos al pueblo aclamar a Jesús a su entrada en Jerusalén. Y poco después es el mismo pueblo el que grita ante Pilatos exigiendo que éste condene a Jesús a morir en la cruz. 

      Hoy nos podemos encontrar nosotros reflejados en ese pueblo. Ya hemos terminado la Cuaresma. Esos cuarenta días nos han ayudado probablemente a conocernos un poco mejor. Sabemos de nuestras incoherencias, de nuestras infidelidades, de nuestras debilidades. Al repasar nuestra vida recordamos que ha habido momentos en los que nos hemos dejado llevar por el entusiasmo. Fueron momentos en los que nos identificamos con Pedro y, como él, le dijimos a Jesús que le íbamos a seguir a donde fuese necesario, que siempre estaríamos a su lado. Como el pueblo de Jerusalén a la entrada de Jesús sobre el borrico, le aclamamos como nuestro señor y nuestro salvador. 

      Pero también recordamos los muchos momentos en que hemos sido también como ese pueblo de Jerusalén pero unos días más tarde. O como Pedro en el momento de la dificultad. Le hemos negado, hemos abandonado sus caminos y hemos puesto el corazón y la vida y la esperanza en otros señores que nos han llevado inevitablemente a la esclavitud y a la muerte. Como el pueblo de Jerusalén en el momento de la Pasión, hemos gritado “Crucifícale”. Y como Pedro hemos preferido decir que no le conocíamos de nada, que nosotros no sabemos nada y que nunca nos hemos cruzado con ese señor al que llaman Jesús. 

      Nuestra vida se va haciendo también de esas inconstancias e incoherencias. Pero frente a todo ello está la coherencia y constancia de Jesús, el Hijo de Dios, el enviado del Padre, empeñado en mostrarnos su amor hasta el final, hasta dar la vida totalmente por nosotros. Dios es tozudo en su amor. No se mueve ni un centímetro y, aunque nosotros digamos que no le conocemos de nada, sigue reconociéndonos como hijos y hermanos, como miembros queridos de su familia. Ahí está la clave de la celebración de la Semana Santa. Recordamos el amor de Dios por nosotros. Más fuerte que la muerte y, por supuesto, más fuerte que nuestro mismo pecado. El punto clave para entenderlo está en la mirada que lanza Jesús a Pedro cuando éste le ha negado por tercera vez. Fue una mirada llena de cariño. Le conocía bien en su debilidad. Pero no por eso le amaba menos. Hoy esa mirada nos llega a cada uno de nosotros. Nos conoce bien. Por dentro y por fuera. Y nos mira con cariño y amor total.

Para la reflexión

      Hoy entramos en la Semana Santa. Ya no es tiempo de mirarnos a nosotros y a nuestras faltas sino de contemplar el amor de Dios manifestado en Jesús. Convendría que encontrásemos un tiempo a lo largo de esta semana para leer con tranquilidad la Pasión de Jesús en los cuatro evangelios. Y dejar que ese relato de amor nos llegue al corazón.

Fernando Torres cmf