Comentario al Evangelio del domingo, 14 de octubre de 2018

      Basta con encender la televisión para oír que seré más feliz si compro el coche tal o que la solución de todos mis problemas me los ofrece la empresa cual. Si hiciéramos caso de lo que nos dicen los medios de comunicación, la vida sería feliz y fácil para todos. Pero la realidad es diferente. Para muchas personas la vida es difícil, muy difícil. En el trabajo y en casa. Y, de vez en cuando, llegan problemas añadidos: una enfermedad, una muerte, un miembro de la familia que se va del hogar... A todos nos encantaría encontrar la respuesta mágica que convirtiese nuestra vida en un remanso de paz, sin nada de que preocuparnos, lejos de los problemas, de tanto trabajo.

      La primera lectura nos habla de una persona que se vuelve hacia Dios para pedir la sabiduría. En vez de encender la televisión o la radio, guarda silencio, pone su corazón en Dios y suplica la sabiduría. Esa persona sabía lo que se hacía. Sabía que la sabiduría es más importante que el poder y la riqueza. Incluso que la salud y la belleza. Porque una persona sabia sabe como ser feliz y vivir en plenitud en medio de los acontecimientos de la vida ordinaria. Lo que para otros son graves problemas, para el sabio son apenas ocasiones para amar más, para mejorar sus relaciones, para abrirse a nuevas realidades, en definitiva, para vivir mejor. 

      El Evangelio cuenta una historia que habla también de la sabiduría. Un hombre se acerca a Jesús. Está preocupado por alcanzar la vida eterna. Y pregunta a Jesús qué debe hacer. Ya cumple los mandamientos. Todos. Jesús, entonces, le abre nuevos horizontes. Si quiere de verdad ser feliz, poseer la vida eterna, ha de dejarlo todo, quedarse sin nada y centrarse en lo único que vale la pena: seguir a Jesús. Es un gran desafío. Porque para alcanzar la verdadera sabiduría hay que saber relativizar todo lo que se tiene, todo lo demás. No se encuentra la vida en las cosas que se poseen ni en cumplir todos los mandamientos. La verdadera sabiduría está en reconocer que todo es don, un regalo que Dios nos hace. Y sólo cuando nos volvemos a él con las manos vacías, somos capaces de acoger ese don enorme que es la felicidad o la vida eterna. 

      A los ricos se les hace difícil entrar por ese camino. Están muy preocupados con las cosas que tienen. Pasan el día pensando en cómo tener más y en cómo defenderlas mejor. Los otros se les antojan amenazas. Los ven como ladrones que les quieren quitar lo que es suyo. Sólo si son capaces de liberarse de las cosas que tienen, descubrirán en el rostro del otro a un hermano o hermana y se darán cuenta de que la felicidad está en el encuentro fraterno con los demás. Todos como hermanos y hermanas entre nosotros y como hijos e hijas de Dios. 

Para la reflexión

      ¿Dónde crees que está la verdadera felicidad? ¿Qué caminos has recorrido hasta ahora para buscarla? ¿Cuáles han sido los resultados de tus esfuerzos? ¿Tienes el corazón libre para encontrarte con tus hermanos y hermanas?

Fernando Torres cmf

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