Evangelio

Queridos hermanos:

¡Feliz Navidad! La Navidad es el desconcierto de Dios, que se hace presente en un niño necesitado de cariño, de una madre, de calor. Dios necesita de los hombres y nosotros necesitamos de Él, es Dios quien hoy, se hace pequeño para engrandecer al hombre. En ese niño se encuentran lo divino y lo humano, se encarna para que a partir de ahora, sepamos que estamos llamados a ser divinos, a aspirar a los bienes de allá arriba. Este niño no es algo abstracto, un mito o una leyenda urbana, es una presencia.

Es la Palabra, Juan parece que quiere hacernos ver, que se inicia algo totalmente nuevo, una nueva creación. En el principio se creó todo por la palabra: “Por medio de la palabra se hizo todo”, Dios en el Génesis, crea todo con su palabra, da nombre a las cosas, su palabra se cumple. Pero ahora esa palabra se encarna, entra en la historia, se hace carne, se hace hombre. Juan insiste en la carne, quizás para no quedarse en algo tan espiritual, que este al margen de la historia. Es verdad, que la encarnación de Dios tiene algo de misterio, que se contempla y adora, pero Él, se ha tomado tan en serio al hombre, que se ha hecho uno de nosotros.

“En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre”. Lo recordábamos anoche, Él viene como luz para todos nosotros, que en demasiadas ocasiones, nos sentimos abrumados por la oscuridad. En medio de esa noche, de la intemperie que padecemos en nuestro mundo, en un ambiente poco propicio, una cultura o sociedad que sólo ve las luces de colores, se nos presenta como a los pastores, de forma provocadora y distinta, que se muestra en lo sencillo, en la alegría de Belén, donde los ángeles cantan ante un niño débil.

Hoy, que no tendemos a valorar las palabras, ni escritas, ni pronunciadas, que leemos poco, escuchamos a medias, sospechamos de los discursos y de las promesas. Decir que Jesús, es la Palabra, aunque sea con mayúsculas, puede no significar nada, nosotros queremos hechos y no palabras. Pero todos sabemos y hemos experimentado en nuestra pequeña historia, que hay palabras que dan vida, que dan luz para caminar con sentido, con esperanza, palabras que llegan al corazón y nos cambian. La Palabra de Dios es palabra comprometida, que se cumple en las acciones de Jesús, en los hechos, en el hacerse compañero de viaje, hermano, solidario con los más necesitados y parte de nuestro ser.

Sin embargo, la Palabra puede pasar desapercibida: “Y la tiniebla no la recibió. Y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”. La Navidad, Jesús, la Palabra, exige del hombre una respuesta, Él pone luz y puede, que aunque venga hasta nuestra casa, pase desapercibido o no sea recibido. Pero a los que la reciben: “Les da poder para ser hijos de Dios”, el primer proyecto divino: “Hacernos a su imagen y semejanza” tiene su culmen en la Navidad. Si acogemos al Hijo de Dios y le seguimos, llegaremos hasta Él, se lo dijo a Felipe: “El que me ha visto a mí, ha visto a mi Padre”.

No es día de muchas ideas, quizás baste con contemplar al niño, pero no sólo el de escayola, sino al que ha nacido dentro de nosotros y que tiene toda la vida para llegar a ser Hijo de Dios (Hombre en plenitud) y al que está presente en los hermanos, en la sociedad y la historia. Después de Navidad, cada rostro humano nos habla de Dios, por eso le respetamos, le adoramos y esperamos, que encuentren todos la estrella que nos guía al norte, en este navegar por las rutas de la vida, en ocasiones difícil y desesperanzado. Nosotros sabemos que este niño, como todos los niños, es el futuro, la promesa, la alegría, la luz y que el Niño-Dios es la vida.
Terminamos resumiendo lo dicho en una breve felicitación:

Un día sembraste tu signo sencillo y débil: niño, lejos del poder, de la gloria y las espadas en Jerusalén, lejos de los rezadores expertos en leyes excluyentes, lejos de los negocios que convierten el altar en un mostrador de ultramarinos devotos.

Eras niño, centro de la historia y del camino de tantos corazones.

Se pusieron en marcha los camellos lejanos, los pastores olvidados, las madres con sus hijos, los que tenían poco que perder y ofrecer.

Hubo una gran soledad en Belén para que resonara en el mundo tu palabra.

Y hoy estás aquí, en nuestra soledad, en medio de la tiniebla terrible que lastra nuestros pasos. Aquí estás, niño-luz, luz, luz.... para que cesen nuestras tristes cegueras.

¡Feliz Navidad!

Julio César Rioja, cmf

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