La buena pregunta es: ¿cómo voy a situarme para encontrarlo? Pues Dios está en todas partes, pero el hecho es que no en todas partes se le encuentra. ¿Quizás porque se esconde? No se esconde, pero su presencia siempre está velada en las realidades de este mundo. No se esconde especialmente más en un sitio que en otro, ni se manifiesta más en un lugar que en otro. Su presencia es paradójica. Estos dos textos bíblicos que voy a citar son verdaderos conjuntamente, no cada uno por separado, y la verdad está en la tensión de mantener los dos al mismo tiempo: “si escalo hasta el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. Si vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar” allí se encuentra Dios (Sal 139,8-10). Pero lo contrario también es verdad: “Si voy hacia el oriente, no está allí; si al occidente, no le advierto. Cuando le busco al norte, no aparece; y tampoco le veo si vuelvo al mediodía” (Job 23,8-9).

Por eso digo que la buena pregunta es: ¿cómo voy a situarme yo para encontrar a Dios en mi realidad y en la vida de los demás? Como está en todas partes, está en la casa de prostitución. Y, si me apuran mucho, está con la misma intensidad que en la Iglesia. Ocurre que quienes van a esas casas de prostitución no están en la postura o situación adecuada para encontrar al Dios que allí está. Quizás alguien podría entrar con la buena postura para encontrarle. Cuentan de un importante clérigo que un día entró en una de esas casas precisamente para ayudar a una de las personas que allí estaba y logró sacarla de allí. Este clérigo encontró a Dios donde otros no le encontraban. Igualmente se puede entrar en una Iglesia con malas disposiciones. Entrar, por ejemplo, para poner una bomba, o para burlarse de quienes allí están. Quién entra con esas intenciones, es imposible que encuentre a Dios en la Iglesia.

Hay sitios que facilitan o dificultan los encuentros. Los que entran en esos sitios ya saben dónde entran, y saben lo que allí van a encontrar. Las discotecas no están preparadas para mantener un diálogo tranquilo entre dos amigos. Si una persona necesita ayuda, hablar, desahogarse, el buen interlocutor no la lleva a una discoteca, porque allí el ruido estridente impide la conversación. Las discotecas precisamente están preparadas para gente que no tiene nada que decirse.

 

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