Comentario al Evangelio del

Queridos hermanos:

“Vosotros sois la sal de la tierra”, “Vosotros sois la luz del mundo”, dos símbolos que no necesitan demasiadas explicaciones. Como la sal da sabor a la comida, los cristianos estamos llamados a dar sabor a la vida. Basta un poco de sal, un kilo de alubias, no necesita un kilo de sal, el exceso de sal es perjudicial. No sé, si durante muchos años, hemos querido llenar el cuerpo social, de la sal religiosa y eso ha producido una subida de tensión o una comida que era difícil de asimilar. El ama de casa sabe que hay que dar sabor, pero sin pasarse, el Evangelio es lo que da sabor a la comunidad humana.

Tenemos que aprender a vivir en minoridad, la sal se diluye en los alimentos y nos enseña la humildad. Nos lo repite Jesús en otros textos: El Reino es semilla, levadura, grano de mostaza…, no nos deja lugar al triunfalismo, parece decirnos: con poco-mucho. No necesitamos el aplauso, sino el testimonio, la autenticidad, el compromiso: “¿Por qué si la sal se vuelve sosa. No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente?”. El Reino crece, cuando nosotros los cristianos, desde el mensaje y dentro del mundo, aportamos los valores y la energía del Evangelio.

Somos también luz. Cuando no teníamos luz eléctrica, todos sabíamos que el candil, había que ponerlo bien alto, si queríamos iluminar cualquier estancia. En la oscuridad del mundo, en los momentos difíciles de la existencia, cuando parece que andamos ciegos, nosotros apuntamos la aurora. Como nos dice la primera lectura de Isaías: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres, viste al que va desnudo, y no te cierres a tu propia carne. Entonces romperá la luz como la aurora, enseguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”.

La luz, es un tema recurrente en los textos bíblicos y en nuestras celebraciones. Jesús es la luz y a nosotros se nos llama a vivir como hijos de la luz: “Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”. No es fácil, dar luz a las diversas situaciones de la vida, aportar lo que vivimos y hacerlo, como les recuerda San Pablo a los Corintios en la segunda lectura: “Cuando vine a vosotros a anunciaros el testimonio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna sino a Jesucristo y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temeroso; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”.

Ser sal y luz es vivir en la pequeñez, ser testigos, acompañar a los que tenemos a nuestro lado, en la familia, el vecindario, el trabajo, recordándoles nuestra sencilla fe, que es lámpara frágil, comida cotidiana sabrosa. Nuestra fe, es el esfuerzo por ver y hacer ver, llama de amor viva, faro en el mar, foco en el sendero, luna llena en la noche, poco más y poco menos, lo que hace que nuestra vida, tenga dirección y sentido. Ofrecérselo a otros, sin mucha elocuencia sino haciendo que nuestras actitudes, nuestros gestos y acciones, hablen por sí mismos, es el mejor método evangelizador.

Nuestras parroquias y comunidades, en esta semana (el jueves) que hemos celebrado la fiesta popular de la Candelaria, de la Presentación del Señor y la Jornada de la Vida Consagrada, deben mantener encendida esa luz, que se nos otorgó en el bautismo. Se nos llamó y se nos llama para ser luz y sal, hoy más que nunca es tiempo de iluminar y salar.

Julio César Rioja, cmf

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