BTEste domingo celebraremos con toda la Iglesia la fiesta de Pentecostés, y como Familia Salesiana, a María Auxilio de los cristianos.

María invita a la iglesia a permanecer fieles a su Hijo en todo momento, y por lo tanto así como animó en la fe aquellos enviados del Señor, con ese mismo amor nos alienta y anima en esta festividad tan importante de Pentecostés a conocer y vivir nuestra fe en Dios.

La Virgen nos invita en este día de la celebración de la venida del Espíritu Santo, a que abramos nuestros corazones a Él para que nos santifique y nos de ese valor que a igual como lo tuvieron los apóstoles de anunciar y vivir con la palabra y el ejemplo el Evangelio de Cristo todos los días de nuestras vidas.

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¿Alguna vez has oído decir de alguien que no tiene ningún espíritu? Se usa para decir algo así como que es una persona desganada, desgarbada, que parece que le falte pasión, intensidad o vitalidad. Desde la fe, el espíritu es «el espíritu de Dios», esa presencia de lo divino en nuestras vidas, que se convierte en aliento, intuición, emoción o memoria viva. Ahora que nos acercamos a la fiesta de Pentecostés –la fiesta del espíritu– es, quizás, momento para hacernos conscientes de esa presencia, para pedirle a Jesús que nos envíe su espíritu y para dejar que esa fuerza viva de Dios en nosotros contagie y entusiasme al mundo.

Mucha gente dice que es «espiritual». No siempre quieren decir que detrás de esto haya algo religioso. Para muchas personas, basta con hablar del mundo interior, valores, dimensiones intangibles. En este caso, lo espiritual sería lo contario a lo material.

Pero, desde la fe, hay un contenido religioso en ese espíritu. Y desde la fe, ser una persona espiritual es ser una persona que deja que dentro resuene el eco de Dios, que su palabra inspire, su vida llame, su fuerza sostenga y su proyecto envuelva.

Señor, envíanos tu espíritu, que se convierta en presencia viva, en agua que riegue la tierra que somos, en pasión que nos empuje a caminar.

La acción del espíritu de Dios en las personas es convertirnos en testigos. Porque de lo que te apasiona, te seduce, te motiva y te convence es difícil callar. Uno quiere gritar al mundo la verdad que intuye, sobre todo cuando es una buena noticia. De esto se trata. Pentecostés fue el escenario en el que los apóstoles pasaron de ser un grupo de hombres asustados y escondidos, a convertirse en testigos valientes de la vida de Jesús. Tan creíbles, que aún hoy estamos muchos siguiendo sus huellas.

Señor, envíanos tu espíritu, que se convierta en nosotros en palabra que convenza, que seduzca, que entusiasme.

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