Más allá del optimismo: Noviembre-Diciembre 2014

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Entre los encuentros celebrados por las Capitulares, ha sido significativo aquel con Mons. José Rodríguez Carballo, Secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida apostólica. “Si a caso me preguntarais – afirmó durante la homilía de la Misa – si soy optimista sobre el futuro de la Vida Consagrada, os diría que no. Pero si me preguntáis si tengo esperanza sobre su futuro, os digo ciertamente que sí”. El optimismo – manifestó– es una dimensión que se funda en consideraciones humanas, mientras que la esperanza radica en la fe y nos da la certeza de que a Dios “nada es imposible”, por esto no “debemos temer”.

La esperanza es una opción en favor de Dios, no de nosotros mismos; se trata de cambiar la óptica del protagonismo. Nuestra fuerza no está en “carros y caballos”, como está expresado en la Biblia, sino en la fuerza de Aquel que es Amor y que ha garantizado que “está con nosotros para siempre”.

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Esta visión de fe amplia y profunda sostiene y acompaña nuestros pasos en un camino de confianza y de total entrega. Por esto continuamos comprometiendo energías, recursos y nuestra misma vida para cumplir con responsabilidad lo que Dios quiere de nosotros. No obstante los muchos retos y los infalibles fallos.

El tiempo en el que vivimos nos provoca a entrar en esta óptica, que por muchos lados significa ir contra corriente y colocarnos en una alternativa no entendida fácilmente por muchos, incluso creyentes. Y quizás las dudas ¡anidan también en nosotros!

De Don Bosco, como de Madre Mazzarello, se ha dicho que supieron “esperar contra toda esperanza”. Y no quedaron defraudados. Buscaron caminos para educar a los jóvenes a la esperanza y con esperanza, sosteniendo que ésta es un don fundamental para quien vive con ellos.

Educar a la esperanza es hacer de forma que el joven tenga horizontes amplios, que pueda apoyarse en la confianza en la vida y en los otros, con una actitud positiva respecto a la realidad. Educar a la esperanza es también preparar a las nuevas generaciones a adquirir una característica hoy urgente: la resiliencia, “el arte de volver a subir a la barca”, la capacidad de afrontar adversidades y obstáculos sin sucumbir.

El Papa Francisco nos indica algunos pilares para educar a la esperanza; no perder la memoria del pasado, el discernimiento del presente, la gestión de los sueños.

Es un recorrido no fácil. Pablo VI hablaba de esperanza como “encrucijada, punto de encuentro entre cruz y alegría”. Estamos llamadas a ser mujeres de esperanza, más que de optimismo; haciendo su elección consciente cada día, aún sabiendo que “no somos ángeles y si bien hemos hecho promesas caeremos igual”, nos recuerda M. Ángela Vallese. “Lo importante es levantarse de nuevo y volver a empezar como al principio”. Con la certeza de que caminar y esperar son sinónimos”, como nos recuerda el Papa.

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