Comentario al Evangelio del domingo, 24 de agosto de 2014

Queridas hermanas/os:

jxTodo gira en torno a una pregunta fundamental: ¿Quién es Jesús? Suele ocurrir que ante esta pregunta divagamos en largas discusiones, buscamos palabras con cierto preciosismo, respuestas aprendidas del catecismo, fórmulas, conceptos… No caigamos en esta trampa, la pregunta está hecha directamente a nosotros: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Se trata de saber qué piensas, qué buscas, por qué le sigues, qué esperas de Él, y por eso la pregunta es comprometedora, se necesita tomar conciencia de nuestro seguimiento.

La cuestión es nuestra respuesta, la que sale de nuestro corazón, ésta nos exige una definición personal con respecto a su persona. En otras palabras nos dice: quiero saber hasta qué punto vosotros estáis dispuestos a jugaros la vida conmigo; saber hasta dónde alcanza vuestro compromiso; hasta que lugar estáis decididos a llegar en este largo camino que hemos iniciado juntos. Quede claro que si nuestra fe en Jesucristo no cambia nada en nuestra vida, de nada vale tampoco que digamos como Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Estamos hartos de hermosas frases que no conducen a nada; la realidad de hoy es acuciante y la fe tiene validez si es capaz de responder o no a los cuestionamientos de esa realidad.

Pedro aparece en los evangelios como alguien cercano a Jesús a la vez que duro para comprenderle. Le acompaña en los momentos fundamentales, demostrando que Jesús confía en él, pero en ningún momento los evangelios lo presentan como impecable, (lo veremos el próximo domingo, o en las tres negaciones). Su dibujo es el de una persona impetuosa, sincera, generosa, y también débil. Mateo pone en labios de Jesús, inmediatamente después de la confesión de Cesarea, el encargo que hace a Pedro poniéndolo como cimiento de la Iglesia y como responsable de que lleve adelante su misión: abrir y cerrar, ser punto de apoyo y referencia.

¿Qué quiso Jesús para su comunidad? Discusiones teológicas e históricas aparte; es que supiéramos dar respuesta y definirnos ante su persona y que sus seguidores estuvieran organizados y unidos. De ello hay múltiples testimonios en el evangelio, (por eso no se entiende el escándalo de la división entre las Iglesias en torno al primado de Pedro). Para que la Iglesia sea signo del Reino de Dios, debe expresar en su misma estructura aquello que es el Reino y que hemos visto en los domingos anteriores: expresión de amor entre todos los hombres, de unidad entre los diversos pueblos, de perdón de los pecados, de reconciliación…(podemos leer las Plegarias Eucarísticas:“Jesús, nuestro camino” y “Jesús, modelo de caridad”, “Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando”).

Pedro es la expresión humana y concreta de lo que debe de ser toda la Iglesia: plataforma de lanzamiento del Reino de Dios al mundo. Acaso no es lo que nos dice el sucesor actual de Pedro.    

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