Felices de ser Hijas de María Auxiliadora

 

Queridísimas hermanas: He elegido dar a esta circular mariana el título “Felices de ser Hijas de María Auxiliadora”, porque ésta es nuestra identidad y porque hace poco hemos vivido la experiencia del Seminario que tuvo lugar en Roma del 23 al 28 de septiembre de 2013, durante el cual se profundizó en el tema «Filialidad. Categoría que interpela la identidad mariana de la FMA.»

El Seminario se propuso en continuidad con el Congreso mariano internacional que tuvo lugar en Roma del 27 al 30 de diciembre de 2004 con el tema «Yo te daré la Maestra. El valor de educar en la escuela de María» y se inserta en el camino de preparación  al CG XXIII.

Las participantes que representaban a todos los Continentes acogieron este evento carismático como un don y una responsabilidad. Juntas vivimos en la presencia de María con el signo de la alegría y de una renovada consciencia de que todas estamos llamadas a ser “verdaderas imágenes” de Ella, como quería la madre Mazzarello; “auxiliadoras” sobre todo entre las y los jóvenes (cf. C 4). Está viva en nosotras la gozosa certeza de que «María Santísima ha sido la inspiradora de nuestro Instituto y continúa siendo la Maestra y la Madre» (C4) y por esto somos realmente sus hijas.

En las Inspectorías llegó en tiempo real la resonancia de las jornadas del Seminario. Agradezco a las hermanas que con competencia y amor al Instituto transmitieron, día tras día, los elementos esenciales para poder hacer a todas las FMA partícipes de esta experiencia. La web del Instituto y la web de la Pontificia Facultad Auxilium, de hecho, ofrecieron no sólo elementos de crónica, sino la síntesis de los contenidos y una rica documentación fotográfica, con momentos significativos de fraternidad y de oración, expresando así el clima intensamente mariano que vivimos.

Las Actas del Seminario recogerán las reflexiones sobre María en sus varios aspectos destinados a iluminar nuestra identidad en la Iglesia y con el fin de presentarla como Hija, Hermana y Madre. Estoy segura de que acogeréis con el corazón abierto esta preciosa aportación y haréis de ella objeto de profundización para llevarla a la vida cotidiana. Considero providencial que el Seminario se haya llevado a cabo en el Año de la fe. María sostiene a la Iglesia y al Instituto en el camino de fe y de la nueva evangelización y está activamente presente en la historia.

Ahora, queridas hermanas, deseo compartir con vosotras algunas ideas-fuerza que considero importantes para revisar nuestra identidad de FMA, a fin de que pueda brillar con nueva luz en la Iglesia y en la sociedad y particularmente entre las jóvenes generaciones. Os invito a acoger estas reflexiones para que seáis mujeres apasionadas en la búsqueda, peregrinas incansables. Nunca lo descubrimos “todo” de nuestra realidad, del misterio de la vida y de la historia humana. El amor a María es grande en todas nosotras y ella tiene un lugar especial en la historia de nuestra vocación, en las diversas etapas de nuestra vida y en la misión educativa. Pero necesitamos tener un conocimiento más profundo para ser cada vez más aquello a que    estamos llamadas a ser: hijas de una Madre que sigue engendrándonos como hijas. Queremos ponernos en la escuela de María para experimentar de una forma nueva la alegría de sentirnos sus hijas y transmitirla con audacia, entusiasmo y gratitud.

 

La alegría de ser hijas

La reflexión hecha en el Seminario nos ha afianzado en la consciencia del “ya, pero todavía no”.  Se trata de un proceso presente en el Instituto desde los inicios, pero que debe traducirse en una renovada experiencia de fe para dar una aportación a la misión evangelizadora de las jóvenes generaciones con el estilo que nos es propio.

Hemos hecho la experiencia de un retorno a la fuente, al núcleo esencial de la experiencia cristiana: ser hijas en el Hijo que es Jesús. La filialidad es una realidad que forma parte del proyecto de Dios, es un don que recibimos de Él. Estamos llamadas según Su designio a ser signo Suyo para las jóvenes y los jóvenes de todos los tiempos y de toda realidad.

El retorno a nuestras raíces carismáticas hace crecer la consciencia de que nuestro Instituto educativo tiene una identidad fuertemente mariana que recorre toda su historia.

“Hijas de María Auxiliadora” es el nombre que don Bosco nos dio desde el primer borrador de nuestras Constituciones y que él mismo ratificó el 5 de agosto de 1872: «Vosotras pertenecéis a una Familia religiosa que es toda de la Virgen… Tened como gloria vuestro hermoso título de Hijas de María Auxiliadora y pensad a menudo que vuestro Instituto deberá ser el monumento vivo del agradecimiento de don Bosco a la Gran Madre de Dios, invocada bajo el título de Auxilio de los Cristianos.» (Crono historia I, 305-306)

Recorriendo el camino de la madre Mazzarello descubrimos desde su juventud una destacada espiritualidad mariana. Su relación filial con María encuentra las raíces en la familia, en su formación catequística, en su pertenencia a la Asociación de las “Hijas de María Inmaculada”, hasta pasar a ser Hija de María Auxiliadora.

El amor a María plasmó su identidad, sostuvo el ritmo de su maduración humana y religiosa, orientó su vida hacia una relación totalizante con Jesús, una confiada pertenencia a la comunidad y la responsabilidad del acompañamiento de las hermanas y de las jóvenes.

Su ser esposa de Jesús e hija de María se traduce en solicitud educativa y maternidad espiritual. La interrelación de filialidad, sororidad y maternidad resplandece en toda su existencia y se refleja en la vida de sus hijas con trasparencia, credibilidad y entusiasmo.

En nuestra Familia religiosa encontramos encarnada en la vida de muchas hermanas la consciencia de ser hijas, y por ello, hermanas y madres. También hoy encuentro FMAs que en el silencio del día a día gozan de una experiencia intensamente mariana y misionera atractiva y contagiosa. FMAs que viven la alegría de saberse hijas amadas, custodiadas, apoyadas en su obra apostólica. Hermanas que con el impulso del da mihi animas cetera tolle abren, con audacia, nuevas fronteras misioneras en situaciones precarias, difíciles, hasta poner en riesgo su propia vida para encarnar el carisma allí donde los jóvenes llaman, esperando un futuro más humano y cristiano.

¿De dónde proviene su audacia? De la convicción interior de haber sido llamadas por el Señor a Su seguimiento y de sentirse hijas y hermanas que creen en la constante presencia de su Madre y se hacen testigos de esta presencia con la lógica del amor, del testimonio; con la pedagogía de los gestos concretos del Papa Francisco.

En el Seminario fueron presentadas tres figuras espléndidas de FMA. Sor Laura Meozi, Sor María Romero y sor Nancy Pereira. De diferentes maneras se dejaron guiar por María y a su vez fueron convencidas colaboradoras en la educación de niños y de jóvenes, en preocuparse de los más débiles e indefensos, en defender los derechos de los pobres, de las mujeres; en sanar enfermedades del cuerpo y del espíritu. Verdaderas madres, porque eran auténticas hijas y hermanas como demostraron con la vida. La vertiente mariana de su identidad era signo de una profunda relación con Jesús y de una especial unión con María. No era una identidad estática, pasiva, sino dinámica, atenta a los signos de los tiempos, lo que comportaba una fidelidad creativa.

En este punto podemos preguntarnos: ¿está viva en mí la consciencia de ser Hija de María Auxiliadora con lo que esta identidad conlleva? En mi corazón ¿vibra la alegría de ser hija llamada a ser madre? El Papa Francisco subraya con frecuencia al reunirse con las religiosas: «La Iglesia os quiere así: madres, madres, madres. Personas que saben dar vida».

¿Me siento interpelada a hacer de mi vida un Magníficat por las grandes cosas que el Señor, mediante la presencia de María, realiza en mi alma, en la vida de las hermanas y de los jóvenes, en la historia del Instituto, en la Iglesia, en el mundo? ¿Procuro mirar el mundo con la mirada de María?

Nuestra existencia está llamada a ser profética y a expresar la alegría de ser infinitamente amadas; y si no lo es, y no interpela, quiere decir que está aplastada, marchita. Con confianza pongamos las llaves de nuestra vida a los pies de María, como hacía, con sinceridad y humildad, la madre Mazzarello. Actuemos, quitemos el polvo que, tal vez, haya en nuestra casa, para que resplandezca con nueva luz, a fin de que Jesús y todas las personas que entren en ella encuentren el espacio preparado para ellas con un toque de belleza.

¡Qué hermoso sería si nuestra vida fuese un cántico de alegría incluso en las fatigas, en los sufrimientos, en la oscuridad que a veces encontramos en el día a día! Entonces gozaríamos de la alegría del misterio pascual, en el que se realiza la Alianza de amor que Jesús sella con nosotras.

 

Hijas, hermanas y madres que generan vida

El Seminario nos ha ayudado a abrirnos a una nueva actitud de hijas. En María, a quien sentimos en casa, nos reflejamos. Con ella somos regazo fecundo para las nuevas generaciones, engendrándolas para la vida en Cristo. Con la solicitud de María podemos llegar a las periferias existenciales, para ocuparnos de la vida de los más pequeños y de los más pobres, como repetidamente pide el Papa. El compromiso de una nueva evangelización nos involucra y nos empuja a encontrar en María el camino más actual y seguro para llegar al Señor Jesús y en Él ser con los jóvenes casa que evangeliza desde el testimonio de vida.

Es nuestra misión prioritaria ser madres y auxiliadoras de la vida, ante todo en nuestras comunidades para generar vida en las personas con quienes nos encontramos. No se puede dar lo que no se vive con amor y gratuidad.

En la experiencia de encuentro con muchas personas y comunidades he podido constatar personalmente, con inmensa alegría, que allí donde juntas buscamos construir la casa invocando con confianza y amor filial a María, hay fecundidad apostólica, eficacia educativa, comunión de intentos, fraternidad auténtica, compromiso concreto en el camino de santidad, amor a la Palabra de Dios, vocaciones sólidas. Con las dificultades de cada día, pero afrontándolas con mayor ánimo y mayor fe. ¿No es esto quizás generar vida?

Como Instituto estamos viviendo un tiempo de grandes posibilidades que abren amplios horizontes y al mismo tiempo estamos, cada vez más, llamadas a ser fieles a la cepa originaria del carisma. La novedad de la que tanto hoy se habla está en nuestro modo de ser verdaderas  imágenes de María, promotoras de vida, desarrollando aquella confianza filial que es el secreto para regenerar nuestras comunidades y la sociedad en términos propositivos.

Donde está María hay escucha de Jesús, hay casa y familia, resplandece con nueva luz la confianza recíproca de la que tenemos tanta necesidad. En algunos casos renace la vida en quien se siente desanimada, inútil, pobre y marginada. Procuremos ser generosas en dar gestos de cercanía y solicitud, de compasión y de ternura hacia quien lo necesita: hermanas, jóvenes, familias... Todas deseamos respirar nueva vida en las comunidades, pero cada una es responsable de llevar aire fresco, genuino, evitando contaminar la atmósfera con palabras, gestos y opciones inadecuadas.

Otro rasgo que considero importante para ser portadoras de vida es permitir que María habite constantemente en nosotras, en nuestras comunidades, para abrir nuevos caminos de evangelización y de educación. Ella es experta en las nuevas fronteras misioneras, camina con nosotras. Debemos salir con audacia del silencio inoperante y del anonimato y compartir la positividad de nuestra fe y de nuestra pertenencia a María, la madre que tiene un rol significativo en la historia del pueblo de Dios (cf. Carta en preparación al Capítulo General XXIII, 10-20). Con María es posible salir de la invisibilidad y testimoniar la belleza del Evangelio en la sociedad y en la Iglesia hoy.

La Encíclica Lumen fidei subraya las etapas fundamentales de la vida de María, evidenciando su disponibilidad para acoger con todo su ser la Palabra de Dios, para que en ella se hiciese carne y fuera luz para la humanidad. En ella la fe se ha mostrado llena de fruto, portadora de Vida. Así puede ser también para nosotras cuando decidamos ponernos cada día en camino, valorizando con María los pequeños fragmentos de historia personal y comunitaria que componen el mosaico de nuestra existencia (cf. Lumen fidei, n. 58-59).

Todo ello no es poesía, sino realidad que se toca y que nos hace buscar, esperar, sufrir y amar para generar vida.  

El Papa Francisco nos asegura que María siempre está cerca y nos precede. Necesitamos su mirada de ternura, llena de compasión y atención. Nos enseña a su vez a tener una mirada que acoge, acompaña y protege.

Hay personas a quienes tal vez no tenemos en cuenta y que precisamente tienen mayor necesidad de la mirada de María: los más abandonados, los enfermos, los que no tienen de qué vivir, aquellos que no conocen a Jesús, los jóvenes que se encuentran en varias situaciones de dificultad. No tengamos miedo, dice el Santo Padre, a salir y a mirar a nuestros hermanos y hermanas con la mirada de la Virgen. No permitamos que algo o alguien, se interponga entre nosotros y su mirada de Madre (cf. Homilía, 22 septiembre  2013).

Son palabras que penetran en nuestro corazón y nos animan a superar toda forma de superficialidad espiritual para encontrar renovada consciencia de nuestro ser hijas, hermanas y madres; mujeres portadoras de ternura, de esperanza, de amor gratuitamente recibido que pide ser derramado en abundancia, para que las jóvenes y los jóvenes se abran a la Vida.

 

Con los jóvenes hacia nuevas fronteras

En el Seminario, gracias a las diversas aportaciones y al intercambio de experiencias, percibimos la complejidad y la urgencia de la misión que nos espera como FMA responsables de educarnos y de educar en la filialidad en un tiempo de crisis de identidad y, a esta luz, reconsiderar nuestra misión en la Iglesia y en la Familia Salesiana.

Me remito a las figuras de las tres FMA ya citadas: sor Laura Meozzi, sor María Romero y sor Nancy Pereira, que en contextos culturales y en tiempos diferentes vivieron el carisma de forma extraordinaria en lo ordinario de sus días. Seguras de la presencia de María, consiguieron dar respuestas inéditas a la pobreza cultural y social de su tiempo. Las situaciones existenciales las llevaron  a releer e interpretar con determinación su ser hijas, hermanas y madres, llegando a ser clarividentes y concretas en la acción, solidarias y valientes, capaces de arriesgarse por el bien de los jóvenes y de sus familias; responsables y emprendedoras con el apoyo de la fe viva en la presencia de Jesús y en la ayuda de María. Así nacieron ideas nuevas, muy a menudo audaces hasta la temeridad, pero que generaron esperanza, construyeron la casa  donde los más necesitados podían entrar con libertad para encontrar ayuda, apoyo, acogida: encontrar al Señor Jesús en la persona de sus testimonios.

Me surge una pregunta que comparto con vosotras y que puede ser motivo de reflexión con las comunidades educativas y con los mismos jóvenes: ¿Qué caminos inéditos podría abrir hoy en el ámbito de la educación y del anuncio la experiencia de saberse hijas e hijos amados, buscados, sostenidos y animados por María Auxiliadora? ¿Cómo profundizar el misterio de la filialidad y de la maternidad educativa, en un mundo que tiene tanta necesidad de vida, de esperanza y de perspectivas de futuro para las jóvenes generaciones y para la familia y está habitado por corrientes antropológicas, filosóficas, que no tienen en cuenta el Proyecto de Dios sobre la persona humana?

María está presente en los grandes cambios de la historia y lo está también hoy. Es aurora de una nueva humanidad. Ella, Hija, Hermana y Madre, icono de fe perfecta, puede indicarnos el camino para ayudar a los jóvenes a ser, ellos mismos, generadores de vida mediante el respeto a la creación, espléndida obra de Dios pero amenazada por la negligencia del hombre. El Papa, recordando a san Francisco, insiste en la importancia y la urgencia de manifestar amor por toda la creación, por su armonía;  respeto por todo lo que Dios ha creado (Homilía en Assís, 4 octubre 2013).

Las jóvenes y los jóvenes de hoy, y también las generaciones futuras tienen derecho a gozar de la belleza e integridad de lo creado; saborear la alegría de una humanidad respetuosa por los derechos humanos, plasmada por los valores de la libertad, de la gratitud, de la gratuidad; tienen derecho a experimentar el calor de la familia como lugar de afectos auténticos donde la filialidad, la fraternidad, la maternidad y la paternidad expresan la armonía querida por el Creador. En mis numerosos viajes he encontrado jóvenes sensibles a estos valores y disponibles a poner en juego su propia vida para realizarlos. Con los jóvenes y por ellos estamos comprometidas en custodiar la integridad de lo creado, para que sea casa de todos.

En el camino de fidelidad a nuestra vocación, somos interpeladas a concretar caminos de educación inspirados en María, a hacerla presente no sólo con nuestra vida, sino también encontrando nuevas y creativas formas de presentarla a los jóvenes y a las familias. En la Familia salesiana tenemos una responsabilidad específica: la de hacer presente de manera visible a María Auxiliadora y a abrir caminos de educación evangelizadora con ella e inspirándonos en ella.

Dos eventos importantes nos acompañan en este itinerario: la Jornada Mariana del 12-13 de octubre de 2013, promovida por el Consejo Pontificio para impulsar la Nueva Evangelización, con ocasión del Año de la Fe convocado por Benedicto XVI. En esta circunstancia el Papa Francisco confió el mundo al Corazón Inmaculado de María ante la estatua original de la Virgen de Fátima.

El otro evento, aunque en fecha más lejana, es la convocatoria por parte del Papa de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar en el Vaticano, del 5 al 19 de octubre de 2014, con el tema Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización.

Considero providenciales estos dos eventos también para nuestro Instituto.

Es significativo que este Sínodo extraordinario tenga lugar durante el CG XXIII.

Dejémonos guiar, con humildad y alegría, por la Madre en los caminos de la nueva evangelización, para que nuestros ambientes puedan ser verdaderamente casas con la dimensión misionera de la vocación cristiana y salesiana.

Concluyo con el deseo de que siempre, también en los momentos de prueba, podamos  sentirnos felices de ser Hijas de María Auxiliadora. Así os pienso, queridas hermanas, y por esto os doy gracias de corazón.

¡Que Dios os bendiga!

 

Roma, 24 de octubre de 2013 

                

                                                                   Affma. Madre

                                                              Sor Yvonne Reungoat

 

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