942873 10151459843644702 1873281739 nA lo largo de los siglos, los teólogos se han esforzado por investigar el misterio de Dios ahondando conceptualmente en su naturaleza y exponiendo sus conclusiones con diferentes lenguajes. Pero, con frecuencia, nuestras palabras esconden su misterio más que revelarlo. Jesús no habla mucho de Dios. Nos ofrece sencillamente su experiencia.

A Dios Jesús lo llama “Padre” y lo experimenta como un misterio de bondad. Lo vive como una Presencia buena que bendice la vida y atrae a sus hijos e hijas a luchar contra lo que hace daño al ser humano. Para él, ese misterio último de la realidad que los creyentes llamamos “Dios” es una Presencia cercana y amistosa que está abriéndose camino en el mundo para construir, con nosotros y junto a nosotros, una vida más humana.

Jesús no separa nunca a ese Padre de su proyecto de transformar el mundo. No puede pensar en él como alguien encerrado en su misterio insondable, de espaldas al sufrimiento de sus hijos e hijas. Por eso, pide a sus seguidores abrirse al misterio de ese Dios, creer en la Buena Noticia de su proyecto, unirnos a él para trabajar por un mundo más justo y dichoso para todos, y buscar siempre que su justicia, su verdad y su paz reinen cada vez más en entre nosotros.

Por otra parte, Jesús se experimenta a sí mismo como “Hijo” de ese Dios, nacido para impulsar en la tierra el proyecto humanizador del Padre y para llevarlo a su plenitud definitiva por encima incluso de la muerte. Por eso, busca en todo momento lo que quiere el Padre. Su fidelidad a él lo conduce a buscar siempre el bien de sus hijos e hijas. Su pasión por Dios se traduce en compasión por todos los que sufren.

Por eso, la existencia entera de Jesús, el Hijo de Dios, consiste en curar la vida y aliviar el sufrimiento, defender a las víctimas y reclamar para ellas justicia, sembrar gestos de bondad, y ofrecer a todos la misericordia y el perdón gratuito de Dios: la salvación que viene del Padre.

Por último, Jesús actúa siempre impulsado por el “Espíritu” de Dios. Es el amor del Padre el que lo envía a anunciar a los pobres la Buena Noticia de su proyecto salvador. Es el aliento de Dios el que lo mueve a curar la vida. Es su fuerza salvadora la que se manifiesta en toda su trayectoria profética.

Este Espíritu no se apagará en el mundo cuando Jesús se ausente. Él mismo lo promete así a sus discípulos. La fuerza del Espíritu los hará testigos de Jesús, Hijo de Dios, y colaboradores del proyecto salvador del Padre. Así vivimos los cristianos prácticamente el misterio de la Trinidad.

José Antonio Pagola
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Red Evangelizadora BUENAS NOTICIAS
Difunde el misterio de la bondad de Dios.Pásalo.
26 de mayo de 2013
Santísima Trinidad (C)
Juan 16, 12-15

fuente:
http://sanvicentemartirdeabando.org/
http://eclesalia.wordpress.com/
http://feadulta.com/

RESPIRANDO A DIOS
Escrito por Florentino Ulibarri

En este mundo que sufre más que nunca
nuestros delirios de poder y grandeza,
porque en vez de jardineros responsables del mismo
nos hemos convertido en avaros comerciantes
que se creen dueños de su riqueza...
respirar tu Espíritu es nuestro sueño y vida.

En esta sociedad tan contaminada
por tanta desigualdad y farsa,
que sufre males y plagas endémicas
y en la que no cicatrizan las heridas
porque, para algunos, son fuente de riqueza...
respirar tu Espíritu es nuestro sueño y vida.

En esa Iglesia tan desacreditada
porque ha perdido ternura y gracia,
y quizá su verdad y buena noticia
al creerse dueña de tus dones y palabra,
y que anda triste, quejosa y desorientada...
respirar tu Espíritu es nuestros sueño y vida.

En esta cultura light y fragmentada,
con tantas palabras huecas y engañosas
y decisiones amañadas y egoístas,
en la que se ha enterrado la utopía
y suenan tan mal la pobreza y la renuncia...
respirar tu Espíritu es nuestro sueño y vida.

En este tiempo tan triste y yermo,
en el que unos lo tienen casi todo
y otros se están quedando desnudos,
con hambre, frío y horizonte oscuro
porque lo igualdad no está al uso...
respirar tu Espíritu es nuestro sueño y vida.

Ahora que estamos en honda crisis
de cultura, bienestar y valores,
de política, religión e instituciones;
ahora que la verdad no atrae,
queremos que él nos guíe y llene porque...
respirar tu Espíritu es nuestro sueño y vida.

Respirar tu Espíritu es nuestro sueño y vida,
pues necesitamos aire fresco y bueno
para seguir caminando contigo
y vivir al cobijo y sombra de tus alas
mientras aprendemos a ser hermanos
e hijos aquí, donde estamos.

LA TRINIDAD ES UNA ÚNICA REALIDAD
Escrito por Fray Marcos
Jn 16,12-15

De Dios no sabemos ni podemos saber absolutamente nada. Ni falta que nos hace, porque tampoco necesitamos saber lo que es la vida fisiológica, para poder tener una salud de hierro. La necesidad de explicar a Dios es fruto del yo individual que se siente fortalecido cuando se contrapone a todo bicho viviente, incluido Dios.

Cuando el primer cristianismo se encontró de bruces con la filosofía griega, aquellos grandes pensadores hicieron un esfuerzo sobrehumano para "explicar" el evangelio desde aquella arrolladora filosofía. Seguro que ellos se quedaron tan anchos, pero el evangelio quedó hecho polvo.

El lenguaje teológico de los primeros concilios, hoy no lo entiende nadie. Los conceptos metafísicos de "sustancia", "naturaleza" "persona" etc. no dicen absolutamente nada al hombre de hoy. Es inútil seguir empleándolos para explicar lo que es Dios o cómo debemos entender el mensaje de Jesús. Tenemos que volver a la simplicidad del lenguaje evangélico y a utilizar la parábola, la alegoría, la comparación, el ejemplo sencillo, como hacía Jesús. Todos esos apuntes tienen que ir encaminados a la vivencia.

Pero además, lo que la teología nos ha dicho de Dios Trino, se ha dejado entender por la gente sencilla de manera descabellada. En el tema de la Trinidad, la distinción de las tres "personas", sólo se refiere a su relación interna (ab intra). Quiere decir que hay distinción entre ellas, solo cuando se relacionan entre sí. Cuando la relación es con la creación (ad extra), no hay distinción ninguna; actúan siempre como UNO. A nosotros solo llega la Trinidad, no cada una de las "personas" por separado. No estamos hablando de tres en uno sino de una única realidad que es relación.

Cuando se habla con mucho énfasis de la importancia que tiene la Trinidad en la vida espiritual de cada cristiano, se está dando una idea falsa de Dios. Lo único que nos proporciona la explicación trinitaria de Dios es una serie de imágenes útiles para nuestra imaginación, pero nunca debemos olvidar que son imágenes. Mi relación personal con Dios siempre será como única realidad.

Debemos superar la idea de que "crea" el Padre, "salva" el Hijo y "santifica" el Espíritu. Esta manera de hablar es metafórica. Todo en nosotros es obra del único Dios. ¿Qué sentido puede tener, dirigir las oraciones al Padre creyendo que es distinto del Hijo y del Espíritu?

Lo que experimentaron los primeros cristianos es que Dios podía ser a la vez y sin contradicción: Dios que está por encima de nosotros (Padre); Dios que se hace uno de nosotros (Hijo); Dios que se identifica con cada uno de nosotros (Espíritu).

Nos están hablando de un Dios que no se encierra en sí mismo, sino que se relaciona dándose totalmente a todos y a la vez permaneciendo Él mismo. Un Dios que está por encima de lo uno y de lo múltiple. El pueblo judío no era un pueblo filósofo, sino vitalista. Jesús nos enseñó que, para experimentar a Dios, el hombre tiene que aprender a mirar dentro de sí mismo (Espíritu), mirar a los demás (Hijo) y mirar a lo trascendente (Padre).

Lo más importante en esta fiesta que estamos celebrando, sería el purificar nuestra idea de Dios y ajustarla cada vez más a la idea que de Él quiso transmitirnos Jesús. Aquí sí que tenemos una amplia tarea por hacer.

Como buenos cartesianos, intentamos una y otra vez acercarnos a Dios por vía intelectual. Creer que podemos encerrar a Dios en conceptos, aunque sean los muy sublimes de la filosofía griega, es tan ridículo que no merece la pena gastar un minuto en demostrarlo. La realidad de Dios no podemos comprenderla, no porque sea complicada, sino porque es absolutamente simple, y nuestra manera de conocer es analizando y dividiendo la realidad.

Toda la teología que se elaboró para explicar la realidad de Dios es absurda, porque Dios ni se puede ex-plicar, ni com-plicar o im-plicar. Dios no tiene partes que podamos analizar por separado.

Entender a Dios como Padre, pero no como Madre, nos conduce por el camino del poder, de la omnipotencia y la capacidad absoluta de hacer lo que se le antoje. Todos los "poderosos de la tierra" han tenido mucho interés en desplegar esa idea de Dios. Según esa idea, lo mejor que puede hacer un ser humano es parecerse a Él, es decir intentar por todos los medios, ser más, ser grande, tener poder.

Pero ¿de qué sirve ese Dios a la inmensa mayoría de los mortales que se sienten insignificantes? ¿Cómo podemos proponerles que su objetivo es identificarse con ese Dios? Por fortuna Jesús nos dice todo lo contrario, y el AT también, porque su Dios, empieza por estar al lado, no del faraón, sino del pueblo esclavo.

Un Dios que premia y castiga, es verdaderamente útil para mantener a raya a todos los que no se quieren doblegar a las normas establecidas. Machacando a los que no se amoldan, estoy imitando a Dios que hace lo mismo. Cuando en nombre de Dios prometo el cielo (toda clase de bienes) estoy pensando en un dios que es amigo de los que le obedecen. Cuando amenazo con el infierno (toda clase de males) estoy pensando en un dios que, como haría cualquier mortal, se venga de los que no se someten.

Pensar que Dios utiliza con el ser humano el palo o la zanahoria como hacemos nosotros con los animales que queremos domesticar, es hacer a Dios a nuestra imagen y semejanza y ponernos a nosotros mismos al nivel de los animales. Pero resulta que el evangelio dice todo lo contrario. Dios es amor incondicional y para todos. No nos ama porque seamos buenos sino porque Él es bueno. No nos ama cuando hacemos lo que Él quiere, sino siempre. Tampoco nos rechaza por muy malos que lleguemos a ser.

Un dios "que está en el cielo", puede hacer por nosotros algo de vez en cuando, si se lo pedimos con mucha insistencia o nos portamos bien y lo merecemos. Pero el resto del tiempo nos deja abandonados a nuestra suerte. Pero ese miedo a que nos abandone a nuestra suerte es muy útil para que los que actúan en su nombre nos obliguen a obedecer sus directrices.

El Dios del evangelio está en lo hondo de nuestro ser identificado con nosotros mismos. Amándonos antes que nosotros mismos y más que nosotros mismos. Ese Dios no admite intermediarios y no es útil para ningún poder o institución. Pero ese es el Dios de Jesús. Ese es el Dios que siendo Espíritu, tiene como único objetivo llevarnos a la plenitud de la verdad. Y aquí "Verdad", en contra de lo que se piensa, no es conocimiento, sino Vida. El Espíritu nos empuja a ser verdad, a ser auténticos.

Un Dios condicionado a lo que los seres humanos hagamos o dejemos de hacer, no es el Dios de Jesús. Esta idea de que Dios solo nos quiere cuando somos buenos, repetida durante tres mil años, ha sido de las más útiles a la hora de conseguir la docilidad del ser humano a intereses de jerifaltes o de grupos. Esta idea, radicalmente contraria al evangelio ha provocado más sufrimiento y miedo que todas las guerras juntas. Sigue siendo la causa de las mayores ansiedades que no dejan a las personas ser ellas mismas.

Cada vez que predico que Dios es amor incondicional, viene alguien a recordarme: pero es también justicia. Y esa justicia quiere decir para ellos: ¿cómo puede querer Dios a ese desgraciado pecador igual que a mí, que cumplo todo lo que Él mandó?

Lo que acabamos de leer del evangelio de Juan, no hay que entenderlo como una profecía de Jesús antes de morir. Se trata de la experiencia de los cristianos que llevaban setenta años viviendo esa realidad del Espíritu en cada uno de ellos. Ellos sabían que gracias al Espíritu tienen la misma Vida de Jesús. Es el Espíritu el que haciéndoles vivir, les enseña lo que es la Vida. Esa Vida es la que desenmascara toda clase de muerte (injusticia, odio, opresión).

La experiencia pascual consistió en llegar a la misma vivencia interna de Dios que tuvo Jesús. Lo que intentó Jesús con su predicación y con su vida, fue hacer partícipes a sus seguidores de esa vivencia.

Meditación-contemplación

Hoy lo mejor será recordar unas estrofas de S. Juan de la Cruz:

Entreme donde no supe, / y quedeme no sabiendo, /
toda sciencia trascendiendo.

Yo no supe donde entraba, / pero cuando allí me vi, /
sin saber donde me estaba, / grandes cosas entendí; /
no diré lo que sentí, / que me quedé no sabiendo, /
toda sciencia trascendiendo.

Estaba tan embebido, / tan absorto y agenado, /
que se quedó mi sentido / de todo sentir privado, /
y mi espíritu dotado / de un entender no entendiendo. /
toda sciencia trascendiendo.

El que allí llega de vero / de sí mismo desfallece; /
cuanto sabía primero / Mucho bajo le parece, /
y su sciencia tanto crece, / que se queda no sabiendo, /
toda sciencia trascendiendo.

Este saber no sabiendo / es de tan alto poder, /
que los sabios arguyendo / jamás lo podrán vencer, /
que no llega su saber / ano entender entendiendo, /
toda sciencia trascendiendo.

Y si lo queréis oír, / consiste esta suma sciencia /
en un subido sentir / de la divinal esencia; /
es obra de su clemencia / hacer quedar no entendiendo, /
toda sciencia trascendiendo.

Fray Marcos


NO NOS DEJES DE TU MANO
Escrito por Mari Patxi Ayerra

Ponemos juntos nuestras mejores intenciones en el regazo de nuestro Padre Dios:
• Te ponemos en el altar, Señor a todos los seres humanos de la tierra, para que nos hagas sentir la sed de transcendencia e inmortalidad y nos saques de la frivolidad en la que a veces vivimos.

No nos dejes de tu mano, Señor.
• Te presentamos a nuestra iglesia, para que sea liberadora, impulso de solidaridad y compromiso, para hacer de nuestro mundo un espacio justo, humano y fraterno.

No nos dejes de tu mano, Señor.
• Ponemos en nuestra mesa a políticos, gobernantes, responsables de empresas y a todos los que tienen la posibilidad de mejorar el mundo, para que tengan una mirada global y solidaria, que rompa diferencias y desigualdades.

No les dejes de tu mano, Señor.
• Para que cada uno de los que participamos en la eucaristía, salgamos tocamos de tu ternura y fraternidad y nos comprometamos a que a nuestro alrededor se viva mejor.

No nos dejes de tu mano, Señor.
Haz de todos nosotros una comunidad viva que ama, comparte, mejora y embellece la vida que tú nos has regalado, recogiendo las peticiones que con toda confianza te presentamos. Amén.

Mari Patxi Ayerra


PADRE, PALABRA Y VIENTO
Escrito por José Enrique Galarreta
Jn 16, 12-15

Es un fragmento del "Sermón de la Cena". Jesús anuncia a sus discípulos que se les enviará el Espíritu, que les aclarará todas las cosas que aún no pueden comprender. El texto está repleto de expresiones simbólicas: "recibirá de lo mío" suena a aquella escena de los Números en que el Espíritu de Moisés es repartido también a los ancianos del pueblo. (Num. 11, 16).

En la enigmática frase final se insinúa esa comunidad de bienes entre el Padre y Jesús. Se está hablando del Espíritu; de ese Espíritu participarán los discípulos.

Juan está adelantando la idea de que la comprensión plena de Jesús se dará solamente después de la Resurrección. Será entonces cuando los discípulos llegarán a la fe en Jesús y podrán dar respuesta a la pregunta "¿quién es éste?", que se ha formulado a lo largo de todos los relatos evangélicos (en los que se adelanta ya la respuesta, pues los evangelios se escriben como testimonio de esa misma fe pascual).

Todos estos textos han de ser leídos por tanto teniendo en cuenta que el autor pone en boca de Jesús palabras que son ya elaboraciones teológicas. Palabras no pronunciadas por Jesús, que manifiestan la comprensión sobre Jesús que van alcanzando las comunidades cristianas; en este caso, formulaciones cristológico/trinitarias que serán el punto de arranque de la dogmática elaborada por los Padres a partir del siglo II.

Algunos teólogos un poco presuntuosos han querido explorar la intimidad de Dios, entrar en su misma esencia, conocerlo como nos conocemos las personas, como conocemos la Creación, describirlo, explicarlo, conocerlo "por dentro". Es normal, el ser humano es un "animal curioso", capaz de hacerse toda clase de preguntas, incluso aquellas preguntas cuyas respuestas están muy por encima de su capacidad de comprender.

Pero, en el caso de Dios, hemos topado con nuestros propios límites. Permítanme recordar una escena maravillosa del Libro del Éxodo. Está Moisés en la Tienda de Encuentro, dialogando con Dios, ante la NUBE de incienso que vela la presencia del Señor, y, en un arrebato de amor y de deseo, le pide a Dios:
- ¡Déjame, por favor, ver tu rostro!
Y le contesta el Señor:
- Haré pasar ante ti mi gloria, y pasaré ante ti, pero cubriré tus ojos con mi mano para que no veas mi rostro. Cuando pase, retiraré mi mano y me podrás ver de espaldas; no puedes ver mi rostro sin morir.
(Éxodo 33,18 Y ss.)
"No puedes ver mi rostro". No puedes conocerme más que "de espaldas". El pueblo de Israel lo sabe muy bien, por eso no se atreve a hacer imágenes de la divinidad, porque no hay imagen alguna de cosas de la tierra que pueda parecerse siquiera de lejos a la esencia de Dios.

Creo que hemos perdido un poco ese respeto. Nuestros pintores se atreven a pintar a Dios: es un señor anciano, vigoroso y venerable, que flota por los cielos transportado en carro de nubes por preciosos ángeles multicolores. Más aún, nos hemos atrevido a decir que es uno pero son tres: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y también nos atrevemos a pintarlos: el Padre venerable y con barbas; el Hijo, Jesús; y el Espíritu, como una paloma entre los dos.

Pero esto no son más que vulgarizaciones. Los teólogos se han atrevido a más, y han descrito las relaciones entre ellos, cómo procede el Hijo del Padre, y el Espíritu de los dos... Afamados teólogos elucubran asombrosamente sobre la trinidad en sí misma, sabemos mucho acerca de cómo proceden entre sí las tres divinas personas. Formulamos en el Credo expresiones sobre la generación del Hijo y la procesión del Espíritu, y la consubstancialidad de las personas. Y hasta una de las más fuertes escisiones de la Iglesia que haya sucedido en toda su historia tiene uno de sus fundamentos en diferencias sobre esta generación intratrinitaria. (La otra diferencia, quizá la causa más verdadera de la ruptura es, por supuesto, una cuestión de poder).

Y empezamos a sentir temor y desazón, porque hemos entrado en la intimidad de Dios como quien entra en su propia casa y queremos que nuestras pobres palabras, nuestras imágenes con pies de barro sean capaces de representar a Aquel cuyo rostro no puede ver el hombre mortal. ¿No hablamos con demasiado desparpajo de la Santísima Trinidad? ¿No está nuestro lugar un poquito más abajo? ¿no nos vendría bien recuperar el respeto ante Dios?

Una cosa es segura. Conocemos de Dios lo que Dios nos ha dicho de sí mismo. Todo lo que nuestra mente es capaz de conocer de Dios ha de basarse en Su Palabra, si no queremos correr el riesgo de decir muchas tonterías. Y sí que hay Una Palabra estupenda de Dios acerca de sí mismo: se llama Jesús de Nazaret. Para nosotros, los que creemos en Jesús, Él es todo lo mejor -lo único y más que suficiente- que podemos conocer de Dios. Y en Jesús conocemos a Dios de tres maneras:

Como un viento irresistible que empuja la historia del mundo desde dentro, como cuando se hinchan desde dentro las velas de un barco y empieza a navegar, arrastrado por algo invisible y poderoso. Le hemos llamado "El Espíritu", el viento de Dios. Y lo hemos "visto" soplar poderosamente en el mismo Jesús, y lo hemos visto soplar poderosamente en la primera comunidad cristiana, sobre todo a partir de aquella formidable mañana de Pentecostés; y lo seguimos viendo soplar en el amor y el entusiasmo de tanta gente buena que sostiene el mundo y nos hace mantener la fe y la esperanza.

En Jesús, ese viento formidable era salud y era PALABRA. Todo Jesús es para nosotros Palabra: cuando cura y cuando habla, cuando se compadece y cuando se cansa, cuando muere y cuando triunfa, vemos ante todo LA PALABRA. Los que seguimos a Jesús lo entendemos como "La Palabra", no solamente por lo que dice sino por lo que hace, por su manera de ser y de vivir. Hasta el punto de que pensamos que en él podemos conocer a Dios, porque Dios se ha dado a conocer en él. Es el mensaje de Dios sobre sí mismo, su mejor comunicación. Y entendemos: el Espíritu de Dios se hace en Jesús Palabra para nosotros, mensaje de cómo es Dios. Por eso Juan Evangelista le llama el Logos, el Verbo, la Sabiduría, la Palabra de Dios hecha carne. Y ahí sí que conocemos de verdad cómo es Dios.

Y entonces surge nuestra estupenda sorpresa: cuando Dios habla de sí mismo - en su Palabra, que es Jesús - no habla de Infinito, de Eterno, de Creador, de todas esas cosas maravillosas que nosotros nos imaginábamos. Habla de ABBÁ, de papá cercano imprescindible, que es lo mismo que hablar de médico que se contagia por curar a sus enfermos, que es lo mismo que hablar del pastor que arriesga su vida por cada oveja.

Y nos quedamos asombrados, porque todo era más sencillo, y mucho más importante de lo que nosotros pensábamos. Ya no se trata de un dogma casi incomprensible, algo así como de que uno y tres es lo mismo, sino de que Dios se comunica conmigo - Palabra - actúa en mí - Espíritu - y es mi Padre con quien puedo contar para salvar mi vida.

Y que estas tres cosas me convierten en hijo, como convirtieron en Hijo al carpintero de Nazaret. A él, lleno del Espíritu, ese Hijo con mayúsculas, el Primogénito, el Amado. A mí, en quien sopla un poco del Espíritu, del mismo Espíritu, en proyecto de hijo, en camino hacia serlo.

Padre, Palabra y Viento, eso es Dios para mí: y esas tres cosas las he visto en Jesús, en el que hemos visto soplar como un huracán el Viento de Dios, en el que sentimos viva y presente La Palabra, el primero que se atrevió a llamar a Dios "Papá", y por eso se ganó el título de "El Hijo". Porque hijos somos todos, pero como Jesús, nadie.

Es admirable: ese misterio remotísimo e incomprensible de la Santísima Trinidad, que yo pensaba que no me interesaba nada, se convierte en algo importantísimo para mi vida: saber cómo es Dios es a la vez saber cómo es mi vida, y es fuente de seguridad, estímulo y luz para todos los que queremos caminar correctamente por el mundo.

Así que cuando te pregunten "¿quién es Dios nuestro Señor"? no empieces con aquello de "un señor admirable y poderoso, eterno y creador, que mora en los cielos...". Di más sencillamente: Dios es para mí el Padre con quien puedo contar, la Palabra que guía mi vida entera, el Viento que me ayuda a navegar... y todo eso lo he descubierto en Jesús, el Hijo, el hombre "lleno del Espíritu".

Sólo en Jesús conocemos a la Trinidad. A veces parece como si conociéramos a la Trinidad por el Antiguo Testamento o por el esfuerzo de nuestra razón, y lo aplicáramos luego a Jesús, reconociendo en Él al Logos, al Hijo eterno, a la Segunda Persona, ya conocidos previamente. Es al revés: en Jesús de Nazaret, ese hombre al que conocemos como el hijo del carpintero, a cuya madre conocemos, cuyos hermanos y parientes viven entre nosotros, en ese hombre hemos descubierto a Dios: a Dios nadie le ha visto jamás: pero Jesús nos lo ha dejado ver.

No pocas veces cometemos también el error de estudiar la Trinidad a través de presuntas palabras de Jesús, sin caer en la cuenta de que esas palabras que los evangelistas (Juan ante todo) ponen en labios de Jesús, son ya interpretaciones humanas, cristología trinitaria de las primeras generaciones cristianas, sumamente respetable, pero sometida ya a más complicaciones.

A Dios nadie le ha visto jamás, ni le ha comprendido jamás, ni es nadie capaz de meterlo en su cerebro. Si nos aventuramos más allá de lo que hemos visto y oído, de lo que nuestras manos han podido tocar del Verbo de la Vida, corremos peligro de no creer en Dios, sino en nuestras propias mediaciones.

PARA NUESTRA ORACIÓN

Yo creo sólo en un Dios,
en Abbá, como creía Jesús.
Yo creo que el Todopoderoso creador del cielo y de la tierra es como mi madre
y puedo fiarme de él.
Lo creo porque así lo he visto
en Jesús, que se sentía Hijo.

Yo creo que Abbá no está lejos
sino cerca, al lado, dentro de mí,
creo sentir su Aliento
como un Brisa suave que me anima
y me hace más fácil caminar.

Creo que Jesús, más aún que un hombre
es Enviado, Mensajero.
Creo que sus palabras son Palabras de Abbá
Creo que sus acciones son mensajes de Abbá.
Creo que puedo llamar a Jesús
La Palabra presente entre nosotros.

Yo solo creo en un Dios,
que es Padre, Palabra y Viento
porque creo en Jesús, el Hijo
el hombre lleno del Espíritu de Abbá.

José Enrique Galarreta, SJ.


EN DEFENSA DEL MISTERIO DE DIOS
Escrito por Julián Mellado

Durante muchos años me he debatido con la pregunta ¿Cómo pensar en Dios? ¿Cómo podemos hablar hoy de Dios? ¿Es una Persona, una fuerza, la naturaleza misma?

Los teólogos y filósofos han tratado de encontrar respuestas. Y han sido realmente diversas. No sabemos nada de Dios, pero los discursos que pretenden `saber` de Dios se han multiplicado a lo largo de los siglos.

o Para los panteístas como Spinoza, "Dios es el nombre que damos a la naturaleza".
o Otros tratan de ser más prudentes y se refieren a Dios desde una experiencia interior, como de una Fuerza que nace en ellos.
o Otros más, pensaron que `Dios` es un constructo humano para referirse al conjunto de valores que han ido surgiendo a lo largo de la historia de la humanidad.
o Y tenemos la posición de la Biblia y la tradición judeo-cristiana de que a Dios hay que entenderlo en términos de personalidad: Dios es persona. Es la postura tradicional que ha prevalecido hasta ahora entre nosotros.

Ha habido épocas en las que casi nadie discutía la existencia de Dios. Un Dios Persona que vive en el cielo e interviene de vez en cuando en la tierra para `arreglar` las cosas. Se le veía detrás de todo acontecimiento humano o natural, especialmente de aquellos que resultaban inexplicables. Y no faltaban las autoridades adecuadas, las diferentes iglesias y sus magisterios, para dar todo tipo de definiciones y precisiones.

Pero el avance de los conocimientos científicos y la reflexión heredera de la Ilustración ha hecho que Dios no sea en nuestro tiempo tan evidente. El hombre moderno exige verificaciones fiables. Los horrores del siglo XX, como el Holocausto, el sufrimiento desmesurado de los inocentes, han sacudido terriblemente el soporte de esa teología de un Dios personal y providente. ¿Cómo creer en Dios en la planta de oncología infantil?

Parecería que creer en un Dios personal sería algo de tiempos pasados, de ignorantes. No es nada fácil hablar de Dios en nuestros días. Los contextos en que surgieron los lenguajes que usamos ya no existen. Con el tiempo, ese antropomorfismo se habría quedado obsoleto y debería ser reemplazado por otros modelos no-teístas, más modernos. Así lo piensa el obispo anglicano John Shelby Spong en su libro "Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo".

En todos los ámbitos está hoy de moda un cristianismo-budista, o cristianismo-hinduista. Pero francamente, me parece una `desmesura` lo que está ocurriendo con esa suerte de `panteísmo` a lo cristiano. ¿Reconocería Jesús a su Abba en esas ideas?

La corriente orientalista nos ha quitado `la nuez` y nos ha dejado el `cascarón`. Es decir, que se sigue empleando la palabra `Dios` pero dándole un q2p34_content diferente, mejor dicho, vaciándolo de q2p34_content. No sé si es honesto esto. Los orientales no lo hacen con sus ideas. El que cree en el Brahmán impersonal, nunca lo trata como personal, porque el Brahmán no puede significar eso. El Tao chino, es impersonal, porque no puede no serlo. Sería una contradicción de términos.

El `vacío`, el freno a la mente, la meditación nihilista... no me dicen nada. No le encuentro relación con Dios. ¿Qué es orar? Para mí es un `hablar` entre un Yo-Tú. Nuestro lenguaje es limitado y nos traiciona a menudo, pero la alternativa del silencio, del no-pensamiento, hace que `Dios` desaparezca en una nebulosa.

Yo respeto al que quiera creer eso. Pero tras años de reflexión, no veo motivo para rechazar nuestra tradición cristiana en un Dios personal. No considero la herencia occidental inferior a la oriental. Parece que todo se hizo mal en occidente, aunque los derechos humanos se deriven del pensamiento cristiano, y no del budista.

No defiendo un fundamentalismo caduco. Debemos reconocer los errores, abusos, traiciones, etc. que hemos perpetrado los cristianos a lo largo de los siglos. Pero creo que se puede reformar, renovar, actualizar, esa fe cristiana. Y mantenerla. Quienes creen en un Dios personal no han de sentirse inferiores ni desfasados.

Es una lástima que los teístas hayamos proyectado esas imágenes infantiles de Dios, que lo hayamos construido `a nuestra imagen`. Todo esto es cierto. Debemos pues mejorar el pensamiento, ser más humildes al hablar, ser más prudentes. Acerquémonos a ese Dios con respeto, aceptando nuestras ignorancias, evitando todo lo que anula realmente la distancia con el Misterio... pero a la vez expresemos nuestra experiencia sabiendo que sólo estamos balbuceando. Todo lenguaje humano no es más que un balbuceo que habla del misterio que nos habita. Ya Paul Tillich decía que por encima del `Dios de los teísmos` estaba Dios.

Los cristianos además no sólo creemos en esa Deidad personal sino que, siguiendo las enseñanzas de Jesús de Nazaret, afirmamos que `es bueno`. Bondad es una palabra relacional, entre seres capaces de ello. Dios no es definible, pero sí es vivible, experimentable.

En realidad la única persona que es constatable en esa experiencia es el propio ser humano. Así que lo que realmente expresamos es que mi relación con la Fuente es de tipo personal. El Misterio deja de serlo en el momento que decimos `es` en vez de decir `mi relación es`.

Es cierto también que los occidentales tenemos necesidad no sólo de nombrar, sino de definir. Si a esa Fuente de bondad y compasión la nombramos `Dios` enseguida tenemos la necesidad de definir a ese Dios. Y a partir de ese momento `Dios` se convierte en idea, y deja de ser experiencia.

¿Sería más razonable partir de `un no-saber` y de una reflexión sobre la vida propia? Se trataría de encontrar en nosotros `las huellas` de esa acción que no es sólo de nosotros. No se trata de nombrar, de hacer teología, sino de estar a la escucha de lo profundo y estar disponible para actuar en favor de otros que nos necesitan. Esa Voz interior podría ser nombrada `Dios` pero a posteriori, en la lectura personal que hacemos de lo vivido.

Dios seguirá siendo el Inefable, el Indecible. Pero el hombre necesita `decirse a sí mismo` ese encuentro para poder comunicarlo a otros. Así que cuando alguien dice que cree en `un Dios personal`, no lo está describiendo, sino que está diciendo `mi relación con el Inefable es de tipo personal`. Lo vive como un encuentro con un `Tú` que le sale al encuentro. Podríamos decir que `personaliza` el misterio a causa de su vivencia.

En las religiones no-teístas, las personas viven ese `encuentro` con el misterio, de una manera no-personal, en el sentido de que es un encuentro del tipo Yo-Ello. Cuando nos dicen que Dios es impersonal tampoco lo están describiendo.

Ambos lenguajes, personal e impersonal, son legítimos mientras pretendan limitarse a lo que son: la expresión de una experiencia vivida en lo más profundo. Los místicos no tenían problema alguno para utilizar ambas manera de referirse a la divinidad. Pero ambos lenguajes fracasan cuando van más allá y pretenden decir qué es la divinidad.

El gran pensador francés Marcel Légaut escribió en "Llega a ser uno mismo":

"Siguiendo la tradición milenaria de los creyentes que balbucean su fe tal como pueden y su época se lo permite, podemos llamar, a esa acción que opera en el interior, "acción de Dios", sin hacer de Dios, de ningún modo, sino más bien negándonos a ello, una representación bien definida, igual que las que, en el pasado, solían hacer los hombres, pueril o espontáneamente" ("Llega a ser uno mismo").

Corrigiendo los abusos del antropomorfismo, Tomás de Aquino ya propuso que el mejor camino para hablar de Dios era la predicación analógica.

La idea es la siguiente. Aun sin tener un saber, de alguna manera tenemos algo en común con Dios. Algo que permite que nos relacionemos con él. En otros modelos, el único ser que tiene inteligencia o consciencia sería el hombre. El hombre podría pensar en la naturaleza, pero no viceversa. En este caso el panteísmo tendría un `dios` que no podría ser consciente de la existencia del hombre. Si es una mera `fuerza`, ¿cómo llamar entonces `Dios` a aquello que en realidad es inferior a nosotros?

El filósofo Anthony Flew, quien se convirtió en teísta después de más de 50 años de ateo, observa en su libro "Dios existe" que en el dinamismo creador que encontramos en el universo hay una `intencionalidad`. En el caso del ser humano esa intencionalidad se traduce en el surgimiento del gran misterio de la Conciencia. ¿Cómo deberíamos pensar en la Fuente de ese dinamismo creador? ¿Habría querido el surgimiento de un ser consciente con el cual relacionarse? ¿Lo impersonal `quiere algo`?

Y el filósofo Martin Gardner, que no se consideraba cristiano, exploró los diferentes modelos del hablar sobre Dios y escribe en su libro "Los porqués de un escriba filosófico":

"Sin embargo, si Dios ha de tener algún significado en la vida humana, hay que modelarlo de alguna manera. He expuesto las razones por las que creo que el modelo personal, con el antropomorfismo restringido por la doctrina de la predicación analógica, es el mejor modelo que tenemos, y de hecho es el único, si no queremos caer en un panteísmo en el que Dios se evapora en una nube acuosa de tan poco valor emocional que uno podría simplemente prescindir del símbolo de Dios".

Martin Gardner utiliza la palabra `símbolo` para mostrar que la palabra se refiere o señala a una realidad más allá de sí misma. Gardner se cuida muy bien de resaltar que somos nosotros `quienes moldeamos` quienes creamos un `modelo` para hablar de Dios, basado en la predicación analógica.

La predicación analógica nos permite también utilizar un criterio. Si en Dios existe algo análogo a lo personal entonces debe ser mejor que nosotros. No podemos pensar en Él como un ser vengativo, cruel, que envía enfermedades, ordena masacres, discrimina a personas. Aunque no tengamos respuestas a la presencia del mal, al menos sabemos a quién no atribuírselo.

Todo esto nos obliga a purificar imágenes infantiles, a estar atentos a que no se parezca demasiado a nosotros. Dios será siempre mejor. Jesús lo dijo sin paliativos: "Nadie es bueno, sino sólo Dios" (Mc 10,18)

Lo importante en todo esto es estar atento a esa ` Presencia` que nos llama, a esas mociones interiores, a esas exigencias de vivir en lo verdadero, a no hacer trampas con uno mismo, a mirar al `otro` con misericordia, o sea a traducirlo en la vida real. Es entonces cuando vemos a Dios como el que nos inspiró, nos sostuvo o nos fortaleció. Y escogeremos el lenguaje que mejor nos ayude a expresarnos, sabiendo que todo lenguaje sobre lo divino nunca describe, sólo evoca...

Como dice el teólogo Belden Lane:
"Debemos hablar y, sin embargo no podemos hacerlo sin tartamudear... El lenguaje sobre Dios recorre la zona fronteriza de los límites del lenguaje, usando el habla para confundirla, hablando en clave, llamándonos a un humilde silencio en presencia del misterio".

Para renovar el cristianismo en el siglo XXI no es necesario aceptar una versión panteísta del mismo. Será una opción legítima si es la expresión de una espiritualidad personal. Pero no es la opción ineludible.

Se puede optar por mantener el modelo `personal` de Dios, siendo conscientes de que no estamos describiendo a Dios mismo, sino que estamos dando cuenta de un encuentro de tipo personal. La predicación analógica de Santo Tomás es una vía aceptable e inteligente para hablar de esa Presencia indefinible. También se pueden explorar nuevas vías como las que nos sugiere Marcel Légaut, que abre esa búsqueda a todo tipo de persona, creyente, agnóstica o atea, que es consciente del misterio que le habita, y se interroga.

Por último, es importante darnos cuenta de que Jesús, fiel a la tradición de Israel, pensaba en un Dios personal, al que llamaba `Abba`. Esta palabra señala una experiencia profunda vivida en lo íntimo. Los frutos fueron evidentes.

Sea lo que pensemos o digamos de `Dios`, Jesús de Nazaret nos enseña a identificarlo con la Bondad. Una Presencia o Consciencia de Bondad, Compasión, Libertad y Justicia. Si hacemos de ese Dios-Bondad nuestro criterio existencial, entonces no temamos los cambios de los tiempos, siempre será nuestro contemporáneo.

La tradición judeo-cristiana nos invita a encontrarnos con ese Padre de los hombres, mediante la Fe. La fe es confianza, no la elaboración de doctrinas y dogmas, que en todo caso sirven para indicar el camino, pero no son el camino mismo, y se pueden corregir o mejorar. La Fe-confianza es lo que permanece a través de los siglos. ¿Y en quién confiaron nuestros padres? Y nosotros, ¿en quién confiaremos a pesar de todas las cosas sin sentido que encontramos?

¿Acaso no ha de ser en el Dios Bueno de Jesús, en su Abba, Padre-Madre de todos los seres humanos y de toda la Creación?

Julián Mellado


¿DIOS MISERICORDIOSO?
Carlos F. Barberá

El Dios que se presentaba en el catecismo de nuestra infancia era "premiador de buenos y castigador de malos". El mundo en el que vivíamos era sin duda injusto y violento pero Dios, que lo veía todo, terminaría haciendo justicia y enviando al infierno a los causantes de la violencia a los pobres.

Múltiples causas han contribuido a dar un vuelco a ese paradigma. Dios es ahora sobre todo compasivo y misericordioso: "nos conoce y sabe de qué barro estamos hechos" y no puede por tanto ser proclive a la venganza. El infierno no puede existir y, en todo caso, estará vacío. En este clima vivimos ahora y hasta el nuevo papa lo ha expresado en su primer angelus: "El rostro de Dios es el de un padre misericordioso que siempre tiene paciencia... Nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos".

El teólogo francés Christian Duquoc ha puesto esta temática en relación con el mesianismo de Jesús. Nacido en un clima de expectativa mesiánica, a Jesús se le atribuye pronto el título de Mesías. Y justamente el Mesías judío era quien iba a traer un reinado de paz y de justicia. Pero a pesar de su anuncio de que el reino de Dios está ya aquí, la paz no llega con Jesús. Ni siquiera tras su resurrección se cumplen las esperanzas de los discípulos. "¿Es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?" (Hch 1,6)

Es que el mesianismo de Jesús es diferente al judío. No viene a implantar un reinado temporal y político. Su reino consiste en la llegada del Espíritu. Ha llegado la paz, "para los de lejos y los de cerca" (Ef, 1,17) pero es una paz interior. "El reino de Dios está dentro de vosotros".

Ahora bien, si así son las cosas ¿qué ocurre con la justicia? Sin ella los violentos seguirán dominando y explotando, viviendo del sufrimiento de los más débiles. La teología cristiana destacará sobre todo la paciencia de Dios y terminará retardando hasta el último día el triunfo de la justicia. Sólo entonces los violentos recibirán su castigo y los justos su premio.

Esta solución no carece de eficacia. El temor al castigo futuro, tan utilizado en la predicación durante siglos, ha condicionado muchas conductas. Sin embargo ha tenido también efectos perniciosos. Ya es tópico recalcar que así se pudo recomendar a los pobres el sometimiento y la paciencia como la actitud querida por Dios. Llegaría un tiempo en que se les resarciría de sus sufrimientos.

De ahí la crítica de las teologías de la liberación. Esta justicia relegada al final del tiempo ha producido la pasividad de los cristianos ante la historia. Porque si se quiere que lleguen la paz y la justicia, hay que luchar por ellas. No es posible anunciar la llegada de la paz y quedarse a la vez con los brazos cruzados ante los opresores.

Esta postura parece cargada de razón pero también ella puede someterse a la crítica. Si la violencia llama a la violencia, luchar contra la existente es aceptarla como componente inevitable de las relaciones humanas. Máxime cuando se tiene ya la experiencia en el siglo XX de que las ideologías liberadoras volvieron a instaurar la violencia, a veces más dura que la anterior. Si la teología clásica llevaba a la inacción, las teologías liberadoras parecen aceptar y someterse a las condiciones de las sociedades humanas, en las que la paz y la justicia no pueden lograrse sin coacción y condenas.

En todas estas contradicciones y aporías se mueve la reflexión sobre Dios, su talante, el anuncio de la paz de Jesús y su realización histórica.

o Si Dios perdona siempre ¿cómo se dice que va a tener su momento de venganza, aunque sea al final de los días? Si Jesús es el que invita, el que seduce, el que no condena ¿cómo es que se convierte en un juez implacable en su juicio final?

o Pero también al contrario: si Dios es infinitamente misericordioso y va a perdonar a todos ¿qué influencia tiene en la historia violenta de los humanos? Esa idea de un Dios perdonador da vía libre a todas las violencias; al final van a ser igualmente perdonadas.

Ya se ve que se trata de cuestiones demasiado complejas para solucionarlas en el marco de un artículo. Quiero sin embargo atreverme a hacer algunas afirmaciones finales.

Dios es ciertamente compasivo y misericordioso. Lo hemos conocido en la vida de Jesús, en su comprensión, en su renuncia a la violencia que ejercen los poderosos, en su espíritu de oferta y seducción.

Sabemos sin embargo que esta cualidad aplicada a Dios es, como cualquier otra, únicamente aproximativa. Com-padecer es sentir con el otro, hacer propios sus sentimientos. Comporta ternura, cercanía, sintonía, acompañamiento. Comporta también pobreza. Compadecer nos hace pobres, como lo fue el propio Jesús. El rico es por definición inmisericorde.

¿Cuál es la riqueza de la misericordia? ¿dónde radica su fuerza? No en su poder de coacción sino de seducción, no de imposición sino de llamada.

El papa ha hablado de su deseo de una Iglesia pobre. Falta mucho camino para que lo consiga. Lo será si muestra en sus acciones -no sólo en sus palabras- que la compasión, la cercanía al otro, y por tanto el reparto de los bienes son la vida. Entonces podrá anunciar también sin mentira que la acumulación de bienes, el desinterés por los pobres, la violencia son en realidad la muerte.

El Dios misericordioso buscará hasta la extenuación el fondo mejor de cada uno, descubrirá su riqueza, aun la más escondida, lamentará que se haya escogido otro camino y anunciará que hay caminos que llevan a la muerte. No es otro el sentido de la escena del juicio final. Muestra definitivamente lo que ya proponía el salmo 1: el justo será como un árbol plantado junto a la acequia; el camino de los malos perecerá. Como dice san Pablo: "La muerte es el precio del pecado". Un Dios misericordioso ¿puede impedir, a pesar de haber empeñado la vida en evitarlo, que quien elige un camino de muerte se precipite en ella?

Carlos F. Barberá


El nuevo lenguaje oral y corporal del Papa
José Manuel Vidal

La revolución tranquila de Francisco se basa en la vida y en el testimonio. Enamorado de Cristo, el Papa lo transparenta. Con naturalidad, con sencillez. Como un cura de pueblo. Al Papa-párroco se le entiende todo. Porque ha cambiado el lenguaje alambicado y estereotipado del alto clero por la forma de hablar sencilla, cordial y cercana de los sacerdotes. Habla con el lenguaje de la calle.

Habla como un pastor. Ha bajado de la cátadra para ponerse al nivel de la calle y caminar con las ovejas. Sabe su nombre, las conoce y no le cuesta conectar con su forma de hablar y de vivir. Mayor sencillez no cabe.

Tanto en el fondo como en la forma. Porque Francisco es capaz de explicar las grandes verdades de la fe con palabras tan sencillas que todo el mundo entiende. Habla casi con titulares. Con frases cortas, directas, sencillas, unívocas.

Utiliza, a menudo, anécdotas y parábolas. Como Jesús con sus sencillos discípulos.

Utiliza imágenes y palabras-fuerza, que sugieren imágenes. Y todo ello adobado de gestos, que hablan más o tanto como las palabras.

Revolución en el lenguaje y revolución en el tono. Este Papa habla como una persona normal. Con el tono adecuado. A veces, muchas veces, apasionado. Y subraya lo que dice con los gestos de su cara y de sus manos. habla mucho con las manos. Actúa sin exagerar. Conecta con naturalidad. Seduce, porque irradia simpatía, cariño, amor.

No hay nada engolado en él. Se ha abajado,se ha puesto a la altura de la gente. Habla con sentimientos, desde el alma. Pone el corazón en lo que dice. Se nota que lo que dice, sea lo que sea, guste o no guste, le sale de dentro.

Transmite verdad y la gente, tan desencantanda de tanta mentira política y financiera, nota, a las primeras de cambio, que se puede confiar en él, que no engaña, que es transparente, que cumple y vive lo que dice, que en él no hay doblez ni doble moral ni hipocresía...

Revolución en la palabra oral del Papa y en su lenguaje corporal: abraza con fuerza, sonríe de verdad, choca la mano y no la deja flácida (como muchos eclesiásticos), levanta el pulgar en señal de alegría. Mira a la gente y, hasta cuando va en el papamóvil, es capaz de distinguir a los amigos y conocidos entre la multitud. Y bendice con sencillez. No arroja la bendición, no la impone, la comparte, la ofrece. Y besa a los niños como un abuelo. Y a los discapacitados como un padre-madre.

Por eso arrastra a las masas. Desde que ha llegado, miércoles y domingos, la plaza de San Pedro está siempre abarrotada. Es el "efecto Francisco". LLamado a durar. Lleva el viento del Espíritu en las alas. HY cuenta con el apoyo del pueblo de Dios y de los medios de comunicación, que lo han convertido en un icono. Los resistentes, los enemigos del cambio, los que han copado todo el espacio eclesial, los que se resisten a los nuevos aires no lo van a tener fácil. Francisco es ya un Papa querido, muy querido.

José Manuel Vidal


IGLESIA 2.0
Jorge Costadoat

La expresión 2.0 suele usarse en un sentido equivocado. Se piensa en un paso adelante. En un desarrollo o un avance significativo. Se piensa en algo mejor. El concepto, en realidad, es otro. En el mundo de las TIC’s, el 2.0 tiene que ver con la posibilidad de interactuar que se da entre personas. El 2.0 es un espacio de conversación, diálogo, crítica o polémica. Por ejemplo, un periódico electrónico levanta la opinión de un experto y ofrece a los lectores la posibilidad de reaccionar.

Francisco Papa da señales de hacer pasar a la institución eclesiástica al registro 2.0. Ha hecho gestos que le hacen sentir cercano. Toma el teléfono. Llama directamente con sus conocidos. Da la impresión de que quiere escuchar. Usa metáforas. No lee papeles. Se expresa como si no tuviera miedo a cometer errores. Será que cree que Dios nos deja equivocarnos.

Hasta ahora muchos opinan que los sacerdotes y la jerarquía de la Iglesia hablan pero no escuchan. Peor aun, que enseñan pero no aprenden. ¡Trágico! En la llamada sociedad de la ignorancia, en la cual los conocimientos aumentan a un grado y velocidad maltusiana; cuando aceleradamente sabemos cada vez menos de los conocimientos que la humanidad logra sobre sí misma, el saber religioso, por más que sea un saber que conjuga la eternidad, no puede pretender ser atemporal e inmutable. Los conocimientos teológicos solo son ortodoxos cuando se consiguen de acuerdo a la ley de la Encarnación. Dios se hizo hombre en Cristo, el dogma cristiano triunfa sobre dogmatismo herético cuando conjuga la revelación eterna con las épocas concretas de los seres humanos, siempre fugaces y cambiantes; cada vez que se lo hace en formulaciones que pueden ser mejores porque también pueden ser peores. El caso es que muchos católicos tienen la impresión de que el lenguaje eclesiástico oficial no se adapta a la realidad. Un saber que, por falta de interacción con los contemporáneos, va quedando progresivamente atrás. A esto probablemente se refería el Cardenal Martini, recientemente fallecido, al decir que la Iglesia está atrasada en doscientos años.

Llevemos las cosas al plano de los Medios de comunicación social. Hasta ahora constatamos que las autoridades eclesiales los valoran como instrumentos. Pero estos hoy han llegado a ser algo mucho más importante. Ha ocurrido con ellos algo antropológicamente sorprendente. Los Medios y las TIC’s son en la actualidad un nuevo modo de ser y de hacerse la humanidad a sí misma. Lo que está sucediendo es impresionante. Es una revolución. La globalización, posibilitada y replicada en redes infinitas de comunicación virtual, ha puesto a los seres humanos en una situación obligada de interacción, comunicación, crítica, polémica, inspiración recíproca y comunión, como no había ocurrido nunca en la historia.

La Iglesia, institucionalmente considerada, si quiere ser lo suficientemente humana para que en ella acontezca la encarnación del Verbo, debe “nacer” ella misma a este nuevo mundo. Los servicios eclesiásticos no pueden contentarse con abrir páginas web, twittear y manejar el celular de última generación. Urge interiorizar el nuevo modo de ser hombre para enseñar al hombre que el hombre es Cristo. Hoy la verdad, sin la cual la humanidad se deshumaniza, exige a quienes la aman y se deciden por ella que se expongan a la discusión con los demás sobre aquellos caminos que tenemos que desbrozar juntos, discutiendo, razonando, argumentando, en una palabra, interactuando, para construir un mundo compartido. De esta nueva configuración mundial de la verdad quedan al margen los pobres, que no pueden acceder a las nuevas tecnologías, y quienes creen que ya tienen la verdad.

La institución eclesiástica, a estos respectos, adolece de dos problemas. Primero, sus contemporáneos tienen la impresión de que no logra entrar al registro 2.0. Les parece que las autoridades en la Iglesia usan la tecnología, pero desprecian la cultura que la ha generado. Segundo, los contemporáneos, por esto mismo, tienen “sangre en el ojo” contra las autoridades eclesiásticas. Todo lo que venga de ellas les parece equivocado. No les creen, da lo mismo el asunto. Se comprende así que la institución eclesiástica a menudo quede en ridículo en los medios de prensa.

Llevemos las cosas al plano de la prédica del sacerdote el día domingo. ¿Qué podríamos esperar de él? Hay fieles que dicen “qué linda su prédica, padre”. Unos padres lo creen, otros no. Muchos son los fieles, en cambio, que lamentan a curas que no les aportan nada. Las quejas son de varios tipos: falta de recursos de retórica, repetición tal cual del evangelio, piadoserías sin fin, erudiciones desconectadas con la vida real de la gente, latas interminables…

Es este un campo decisivo para replantearse el tema de la comunicación. Para los fieles más comprometidos parte importante de su vida cristiana se juega en la misa dominical. Hoy el fiel que va a la eucaristía el fin de semana es el mismo que está participando activamente en todo tipo de redes de amistad, trabajo, diversión, cultura, a una velocidad impresionante, colgándose y descolgándose a cada rato, usando el skype, aprendiendo, enseñando, creando con otros nuevos universos… entretenido. Muy entretenido. ¿Cómo podría un sacerdote decirle algo interesante? ¿Algo que no encontrará en la www?

Por cierto, son pocas las iglesias en las cuales las personas tienen la oportunidad de interactuar con el sacerdote y los demás cristianos durante la eucaristía. Normalmente se participa en misas a las que asiste mucha gente. No es posible, en estos espacios, abrir diálogos. Se correría el riesgo, por de pronto, de que tome la palabra y no la suelte alguien más aburrido que el sacerdote.

El desafío del sacerdote en esta época es más grande que nunca. Más difícil, qué duda cabe. Pero si él entra en el registro del 2.0 ayudará a llevar a la Iglesia a un 2.0. Talvez nunca la humanidad, dispersa como está en una multiplicidad de oportunidades, saberes y contactos, tiene necesidad de alguien que le ayude a encontrarse consigo misma; de un coach que le asista en el viaje al centro personal de su propia constitución espiritual. La diversión, la extraversión es hoy tan grande, que las personas se alienan. Literalmente, se vuelven “ajenas” a sí mismas, esclavas de la opinión de las demás, quienes, en virtud de la dictadura del Mercado, solo las valoran como consumidores de tal o cual marca. El sacerdote, si entiende que este es el trabajo que en esta época se espera de él, encontrará un territorio casi inexplorado para prestar su servicio. La gente hoy cree que elige qué comprar, pero en realidad es víctima de lo que le quieren vender; es rehén de un consumismo que le absorbe la personalidad. Esta gente podría descubrir en el sacerdote alguien que le ayude a hacer contacto con Aquel que la ama como a un hijo o una hija, que la quiere gratuitamente y, por ende, que la hace libre de verdad. El sacerdote puede ofrecer en el Mercado ni más ni menos que la superación del Mercado. Su producto es gratis: capacitar a las personas para ser dueñas de sí mismas, señoras y señores capaces de darse sin condiciones a los demás, de interactuar con el prójimo por amor y sin temor.

Fácil y difícil. Fácil en teoría. Pero conseguir un sacerdote 2.0 es difícil. La formación sacerdotal tendría que capacitar a los seminaristas en cargar en el alma la interacción con los otros sin desarmarse. ¿Qué está ocurriendo en los seminarios? ¿Qué están haciendo los sacerdotes ya formados por actualizarse? ¿Leen? ¿Estudian? ¿Entran en la crisis de la época y salen de ella con la ayuda de Dios? El sacerdote tendrá algo importante que decir en la prédica dominical si está realmente conectado con sus contemporáneos. Su alma debiera ser un espacio de interconexión, un ámbito de diálogo, de crítica y de autocrítica, de emociones y de reacciones, de improvisaciones, de relativizaciones, de anhelos de verdad y de justicia, y de pasión por defenderlas. El sacerdote que se necesita en esta época de las redes virtuales, debiera ser un nodo relacionado a otros nodos; alguien que en el circuito de los conocimientos asume y transforma, recibe y entrega, sin atribuirse investidura privilegiada alguna, pues a lo más, y esto es lo suyo, debe sugerir síntesis de humanidad verdaderamente humanizadoras. Un sacerdote así es muy difícil de conseguir, pero es el único necesario. No es fácil vivir tan abierto a contactos y contagios múltiples. Ningún sacerdote, como tampoco una persona cualquiera, debiera tentar a la fortuna. Pero sin exponerse a la realidad, a la experiencia de los otros y a la experiencia honesta de sí mismo, no podrá hablar de Jesús. Y si de ser sacerdote se trata, solo es necesario uno parecido a Jesús: el hombre apasionado por la pasión del mundo.

La Iglesia siempre ha sido un espacio de libertad y de conversación. Desde antiguo, en los períodos y bajo regímenes más oscuros de la historia, ella fue ámbito de confianza para las voces acalladas. Pero en los últimos siglos, por razones de muy diverso orden, se ha acrecentado la distancia entre los fieles y la jerarquía. Hoy, para que la Iglesia sea realmente un lugar de diálogo, de crítica y de argumentación se necesita que la institución eclesiástica dé el paso al 2.0. La Iglesia lo necesita con urgencia. La esperanza en el Papa Francisco es grande.

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