anilloDicen que es preceptivo destruir el anillo. Otros dicen que es mejor exponerlo en los museos vaticanos. En todo caso, ¿porqué al renunciar el Papa Benedicto XVI prestamos atención a su anillo? Porque para la Iglesia católica es un símbolo de desposorio, de alianza: con su iglesia particular de Roma (de la que es el obispo) y con la Iglesia mundial (de la que es el Papa). Ese anillo tiene su doble en otro anillo invisible: es el anillo permanente de cada Iglesia particular, de la Iglesia universal, anillo que nunca se destruye, ni se hace objeto de museo: es el anillo del desposorio sin vuelta atrás con Jesús, el Supremo Pastor. El anillo invisible del Buen Pastor, esposo fiel y eterno de su Iglesia, se refleja en esos anillos temporales de obispos que pasan y confiesan que no son imprescindibles, pero proclaman la fidelidad de Jesús, el Buen Pastor, el Supremo Sacerdote, a su Amada, a su Iglesia.

El anillo del Obispo nunca es un anillo solitario. Tampoco es una joya de dignidad. Todo es en él “relacional”. Porque corresponde a otro anillo y manifiesta una alianza de amor pastoral hacia una comunidad, la Iglesia particular. Simboliza un desposorio fiel y para siempre. Hablar del anillo es hablar de la esposa, de las relaciones de fidelidad.

El concilio Vaticano II resaltó su importancia teológica: ¡la Iglesia es la esposa de Jesús! La práctica no ha conseguido adecuarse todavía a esa propuesta. Responsables de ello son en gran parte nuestros hermanos los obispos con sus presbíteros. ¡No hay que olvidar el anillo! En cada iglesia particular descubre Jesús el rostro de su Esposa, su única, su amada (LG 23). En cada iglesia particular ella “vere ad-est… in-est et operatur” - la esposa está verdaderamente, habita y actúa ( LG 26; CD 11).

La misma y única esposa tiene muchos rostros: africano, asiático, europeo, americano; la misma esposa es singular y plural y mantiene su identidad cuando no se cierra en sí misma y se descubre en los diferentes rostros. ¡Esto no es fácil! Se llega a la unidad no por homegeneización exterior, sino por unificación interior. La esposa lo necesita. Tantas veces no sabe cómo. Otras veces siente violencia en su interior. Sólo la iglesia de Jerusalén fue la Esposa universal y particular al mismo tiempo. Ella fue Iglesia madre y matriz. Concentró en sí misma las posibilidades inmensas de la Esposa políglota, multirracial, pluricarismática. De ella surgió históricamente la iglesia universal y de ella nacieron las iglesias particulares. A ninguna iglesia le cabe la preeminencia de la Iglesia-madre de Jerusalén.

Hay actualmente una enorme riqueza eclesial: ¡miles de iglesias particulares con su identidad, su rostro peculiar, su sinfonía de carismas, su cultura, su lengua, su experiencia cristiana y religiosa! Corinto, Filipos, Roma, Milán, Huesca, Canarias, Guayaquil, Ebebiyin, Isabela… y otros miles son sus nombres. Aquí en España nos vemos agraciados con la existencia de iglesias particulares de una larga historia. Sus preciosas catedrales son testigos en piedra de su consistencia y permanencia a lo largo de los siglos. Cada iglesia particular tiene su ángel que la cuida, alienta y define y sus ministros que deben secundar su acción.

Cada iglesia particular merece ser cuidada exquisitamente. Es la Esposa de Jesús. Para eso están, entre otras instituciones, sus ministros ordenados y, en especial, su pastor, el que particulariza en sí la sucesión apostólica.

Ha de ser cuidada, sobre todo, la identidad “particular”. Ello se consigue dejando libre al Espíritu dentro de ella. A veces pensamos que el fuego está apagado. Basta remover un poco entre las cenizas para que se desate un incendio. Algunas iglesias se lamentan de no tener vocaciones, mientras disponen de una enorme energía carismática desperdiciada: ¡la energía del laicado femenino y masculino! A veces hay que ir por las casas, a pedir ayuda carismática; no basta esperar en nuestras instituciones el ofrecimiento, o pedir desde un púlpito obediencia a nuestras propuestas. Hay que ir, como Jesús, allí donde trabaja la gente y decirles: ¡te necesitamos!

El obispo lleva un anillo. Es el anillo del desposorio con la iglesia particular. El símbolo implica que ame de verdad a su diócesis. Que le sea fiel y no la abandone, ni desee otra. Que le haga profesión de fidelidad hasta el fin. Hay que evitar el “funcionariado” de los ascensos y descensos. No hay iglesias particulares de “primera clase”, y otras de “clase inferior”. Así no habla Jesús de su esposa. No hay promociones de ningún tipo. En todo caso, el paso del cuidado pastoral de una Iglesia particular a otra debería hacer resaltar que el obispo es un pobre símbolo del único Esposo de la Iglesia y no un suplantador ansioso de promociones.

El Esposo es sólo Jesús; el obispo un humilde icono del Jesús esposo. Él nos indica cómo el Esposo ama a la Esposa y da la vida por ella y la sirve hasta la extenuación. Y le es fiel y no la abandona y no la reduce al silencio.

El obispo que representa a Jesús evita el estress, la superactividad; sabe perder para ganar; pierde el tiempo conversando, contemplando, dando equilibrio a la esposa. El obispo que es símbolo del Jesús esposo sabe que pocas palabras, pero llenas de corazón y sabiduría, son mejores que discursos y documentos. Predica con el corazón y no con papeles. Rehuye el prestigio mundano y sabe que el poder de la iglesia está en Jesús. Es humilde y rehuye los aplausos; pero no rehuye aplaudir a su pueblo y dar gracias a Dios por la iglesia particular, que no es suya, sino de Jesús y del Abbá. Aprende de ella. Descubre cómo el Espíritu Santo la habita y habilita. Por eso, la respeta, la escucha, la ama y confía en ella sin límites.

Cuando se destruye el anillo del Papa se muestra quién es el verdadero Esposo de la Iglesia: no el anillo y quien lo lleva circunstancialmente, sino Jesús, el Señor Resucitado. Benedicto XVI ha querido desprenderse del anillo y dejar unos días a la Esposa-Iglesia disfrutar del único esposo. ¡No nos quedaremos huérfanos! ¡Serán días para amar al Esposo invisible y esperar que aparezca de nuevo el anillo en un obispo transparente, que refleje a Jesús y con la energía del Espíritu Santo le muestra a la Esposa-Iglesia el amor de Aquel que nunca la abandona.

 

Extraído de Ecología Espiritual: José Cisto Rey García, cmf - Miércoles 27 de Febrero del 2013

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