En su última Cena Jesús sorprendió a sus discípulos con unas palabras que nadie se esperaba: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito” (Jn 16,7). Después de haberles lavado los pies a los discípulos, Pedro y los demás se vieron sorprendidos por esta noticia-bomba de Jesús: “Os conviene que yo me vaya”. El Misionero del Abbá ¡dimitía! Les comunicaba que cesaba en su acción para dar lugar únucamente a su pasión. Jesús inició una última fase: orar y padecer y morir tras las palabras:”Está cumplido” (Jn 19,30). Pedro y los demás podrían argüir: Maestro, si apenas has cumplido un trienio de misión profética y ¿ya te vas? Les resultaría muy difícil comprender ésto y otras cosas. ¿Sería por Judas? ¿Tal vez por la fragilidad de Pedro? ¿Porque cualquiera del grupo podía traicionarlo? “¡Os conviene!”, decía Jesús. Tal vez esa era la única forma de “reunir a los dispersos”. Ellos se entristecieron. Jesús, sin embargo, comenzó a hablarles del Espíritu, el Nuevo Enviado. Por eso, cuando llegó el momento, “inclinando la cabeza, entregó el Espíritu” (Jn 19,30). Algo semejante está ocurriendo con el Papa “místico”, Benedicto XVI.

papa-benedicto-xviEl Papa del siglo XXI: ¡un místico!

No sé si me equivoco, pero creo que le ha sido concedido al papa Benedicto XVI vivir su pontificado como una auténtica gracia “mística”. Ya desde el principio se sintió envuelto en ella. Decir “mística” no significa ni espiritualismo ni ingenuidad indolora. El “aura mística” que lo envolvía ¿no se revela en los siguientes textos entrañables, entresacados de su homilía en la plaza de San Pedro, el 24 de abril de 2005 para iniciar su ministerio?

Y ahora, en este momento, yo, débil siervo de Dios, he de asumir este cometido inaudito, que supera realmente toda capacidad humana. ¿Cómo puedo hacerlo? ¿Cómo seré capaz de llevarlo a cabo? … No tengo que llevar yo solo lo que, en realidad, nunca podría soportar yo solo. La muchedumbre de los santos de Dios me protege, me sostiene y me conduce. Y me acompañan, queridos amigos, vuestra indulgencia, vuestro amor, vuestra fe y vuestra esperanza. En efecto, a la comunidad de los santos no pertenecen sólo las grandes figuras que nos han precedido y cuyos nombres conocemos. Todos nosotros somos la comunidad de los santos; nosotros, bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; nosotros, que vivimos del don de la carne y la sangre de Cristo, por medio del cual quiere transformarnos y hacernos semejantes a sí mismo. Sí, la Iglesia está viva… Y la Iglesia es joven. Ella lleva en sí misma el futuro del mundo y, por tanto, indica también a cada uno de nosotros la vía hacia el futuro. La Iglesia está viva y nosotros lo vemos: experimentamos la alegría que el Resucitado ha prometido a los suyos. La Iglesia está viva; está viva porque Cristo está vivo, porque él ha resucitado verdaderamente.

Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia.

Queridos amigos, en este momento sólo puedo decir: rogad por mí, para que aprenda a amar cada vez más al Señor. Rogad por mí, para que aprenda a querer cada vez más a su rebaño, a vosotros, a la Santa Iglesia, a cada uno de vosotros, tanto personal como comunitariamente. Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos. Roguemos unos por otros para que sea el Señor quien nos lleve y nosotros aprendamos a llevarnos unos a otros”. Siete o casi ocho años después, Benedicto XVI, se identifica con el Buen Pastor cuando dijo: “Os conviene que yo me vaya”. Éstas han sido sus palabras en el Consistorio del 10 de Febrero 2013:

“Os he convocado a este Consistorio… también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia. Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino…En el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005… Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice. Por lo que a mi respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria”.

Nos ha sorprendido el papa Benedicto XVI con su dimisión. No estábamos acostumbrados a decisiones tan drásticas. A pesar de su debilidad, se ha mostrado muy audaz. Si lo hubiera consultado tal vez no pocos lo habrían disuadido. Él ha mostrado la audacia del Espíritu.

Su pontificado lo ha situado en un estado místico: ha sido un pastor que ha cargado sobre sí la vergüenza de los casos de pederastia, la corrupción de las finanzas, los vatileaks, las traiciones internas, las vergonzosas rivalidades eclesiásticas, el influjo de quienes -creyéndose sus amigos, pero sin participar en lo más nuclear de su espiritualidad- pretendían aparecer más poderosos para así imponer sus oscuros intereses… Dada su sensibilidad hacia la belleza, ¡cuánto horror no habrá sentido ante tanta fealdad! Y sin embargo, aparecía en tantas celebraciones tan sereno, tan sencillo y, al mismo tiempo, como un “extraño” que contemplaba el Misterio como si “Otro” fuera quien lo presidía.

Parecía perdido en los grandes escenarios y trataba siempre de crear un “escenario interior”, de “abrir la puerta secreta” que lleva al Misterio. Su vida personal ha estado implicada en su ministerio: no hablaba de sí para enorgullecerse, ni para jactarse; sino para incluirse en la comunidad de fe. Tantas veces me recordaba al Pablo “emotivo” en sus cartas. Otras veces, al mismo Jesús de los discursos joanneos. Ha sido el Papa que a su inmensa inteligencia la ha permeado de emoción y sentimiento. No disponía de una voz poderosa, pero sí penetrante. En su ministerio, la inteligencia devino sabiduría emocional. Traducía la teología más sublime en catequesis cordial e inteligible. Ha sido un místico sin misticismos. Sabía mirar compasivamente a sus hermanos y hermanas sin -por eso- desviar su mirada del Dios misterioso. El Papa místico deja tras él una estela “mística” que nos irá envolviendo cada vez más: ¡es el Espíritu Santo que se derrama a través de su ministerio en nuestros corazones!

“Os conviene que yo me vaya”… pero, Abbá, “guárdalos del Maligno” (Jn 17,15)

“Ahora confiamos a la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, nuestro Señor Jesucristo!”.

¡Qué palabras tan bellas! Vamos a experimentar durante unos días lo que es “una Iglesia sin Papa”. El mismo Papa va a dejar de serlo. Y en la liturgia, cuando llegue el momento, no tendremos nombre que mencionar. Nuestro Papa será desde el 28 de febrero a las 20.00 horas hasta el momento de la elección de un nuevo papa, ¡Jesucristo!, ¡el Sumo Pastor! ¡El Espíritu de Jesús y del Abbá! Será otro sábado santo eclesial. Y María estará aquí con nosotros, convertida en Iglesia orante en todas las Iglesias locales, suplicando y ahuyentando demonios.

De seguro que aparecerá -con especial astucia- en estos días el Maligno. Jesús estaba muy convencido de su presencia y de la necesidad de orar al Abbá que ¡nos libre del Maligno! El Maligno se reviste de ángel de luz (¡es Lucifer!), es el padre de la mentira y del engaño. El Maligno llevará a no pocos a decir “os conviene que yo no me vaya”, sino “os conviene que yo me imponga“. El Maligno bloquea la conversión pastoral, está presente en todas las maquinaciones interesadas, se reviste de “espiritualismos ávidos de poder”, de “humildades trepadoras”. Por eso, Jesús rogó al Abbá al final de la útima Cena: ¡Guárdalos del Maligno!

Hemos de orar mucho en estos días para que el Espíritu venza a las sombras, para que los lobos con piel de oveja sean detectados y vencidos. Hemos de orar mucho para que quienes “conviene que se vayan” ¡se vayan! y permitan la emergencia de una Iglesia nueva, Iglesia de nuevos evangelizadores, Iglesia con nuevas ideas, Iglesia de creyentes y no de dogmáticos fundamentalistas, Iglesia de los pobres y no de los aliados con los poderes fácticos.

La Iglesia soñada del siglo XXI: el cristianismo místico

Me impresiona la Meditación que Benedicto XVI dirigió a los Padres del Sínodo el lunes, 8 de octubre del 2012 tras la Oración de Tercia. Allí decía:

“Nosotros no podemos hacer la Iglesia, podemos sólo dar a conocer lo que ha hecho Él. La Iglesia no empieza con el «hacer» nuestro, sino con el «hacer» y el «hablar» de Dios. Así, los Apóstoles… oraron y en oración esperaron, porque sabían que sólo Dios mismo puede crear su Iglesia, que Dios es el primer agente: si Dios no obra, nuestras cosas son sólo nuestras y son insuficientes; sólo Dios puede dar testimonio de que es Él quien habla y ha hablado.

Pentecostés es la condición del nacimiento de la Iglesia sólo porque Dios ha obrado antes, los Apóstoles pueden obrar con Él y con su presencia y hacer presente todo lo que Él hace…. Nosotros sólo podemos cooperar, pero el principio debe venir de Dios. … Sólo el preceder de Dios hace posible nuestro caminar, nuestro cooperar, que es siempre cooperar, no una pura decisión nuestra.

Por eso es importante saber siempre que la primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera viene de Dios y sólo si entramos en esta iniciativa divina, sólo si imploramos esta iniciativa divina, podremos también ser – con Él y en Él – evangelizadores. Dios es el principio siempre, y siempre sólo Él puede hacer Pentecostés, puede crear la Iglesia, puede mostrar la realidad de su estar con nosotros. Pero, por otro lado, este Dios, que es siempre el principio, también quiere nuestra participación, quiere que participemos con nuestra actividad, por lo que las actividades son teándricas, es decir, hechas por Dios, pero con nuestra participación e incluyendo nuestro ser, toda nuestra actividad.Por tanto, cuando hacemos nosotros la nueva evangelización es siempre cooperación con Dios, está en el conjunto con Dios, está fundada en la oración y en su presencia real…. A través de la «Confessio» y la «caritas» Dios nos hace partícipes, nos hace obrar con Él, en Él y para la humanidad, para su criatura: «confessio» y «caritas»…La «Confessio» lleva en sí el elemento martirológico, el elemento de dar testimonio ante las instancias enemigas de la fe, dar testimonio incluso en situaciones de pasión y de peligro de muerte. A la confesión cristiana pertenece esencialmente la disponibilidad al sufrimiento: esto me parece muy importante…«Confessio» es la primera columna de la evangelización. La segunda es «caritas», es amor. Sólo así es realmente el reflejo de la verdad divina, que, como verdad, es inseparablemente también amor, es ardor, es llama, enciende a los demás… El cristiano no debe ser tibio. El Apocalipsis nos dice que este es el mayor peligro del cristiano: que no diga no, sino un sí muy tibio. Esta tibieza desacredita al cristianismo. La fe tiene que ser en nosotros llama del amor, una llama que realmente encienda mi ser, que sea una gran pasión de mi ser, y así encienda al próximo. Este es el modo de la evangelización… San Lucas nos cuenta que en Pentecostés, en esta fundación de la Iglesia de Dios, el Espíritu Santo era un fuego que ha transformado el mundo, pero un fuego en forma de lengua, es decir,un fuego que sin embargo también es razonable, que es espíritu, que es también comprensión; un fuego que está unido a la mente, a la «mens». Y precisamente este fuego inteligente... Sabemos que el fuego está en el inicio de la cultura humana, el fuego es luz, es calor, es fuerza de transformación. La cultura humana empieza en el momento en el que el hombre tiene el poder de crear el fuego: con el fuego puede destruir, pero con el fuego también puede transformar, renovar. El fuego de Dios es un fuego que transforma, fuego de pasión – por supuesto – que también destruye mucho en nosotros, que lleva a Dios, pero es sobre todo un fuego que transforma, renueva y crea una novedad del hombre, que se vuelve luz en Dios. Así, al final, sólo podemos pedir al Señor que la «confessio» esté fundada en nosotros profundamente y que se vuelva fuego que enciende a los demás; de esta forma el fuego de su presencia, la novedad de su estar con nosotros, se vuelve realmente visible y una fuerza del presente y del futuro”.

Nos encontramos en un momento decisivo. Yo agradezco al Papa místico su audacia, pero también su legado. Su persona se ha convertido en estos siete años en una transparencia del Misterio. Ha sido purificada por el sufrimiento y se ha vuelto irradiante, contagiosa. ¡Un hombre de luz!

Tal vez, haya personas oprimidas por sus resentimientos, personas atrapadas por un pasado que no son capaces de superar y que no lo perdonan. Otras se desharán en efímeras alabanzas, se convertirán en incensarios cuyo humo se lleva el viento y oculta la verdad. Benedicto XVI nos ha pedido perdón por su defectos. ¿Quién no los tiene? ¡Todos estamos marcados por nuestra historia, por el pecado que en nosotros encuentra complicidad! Pero también sería el momento en el que quienes se han aprovechado interesadamente de su ministerio, se arrepientan y pidan también perdón público.

¡Estamos de paso! Lo importante es sembrar flores, como decía una preciosa canción francesa: “Puisque la vie n’est qu’un passage, sur ce passage, sermons des fleurs, avec un parfum de courage, avec les gestes du passeur: Sermons le fleurs”. Y Benedicto XVI nos ha sembrado un jardín.

Gracias, muchas gracias, Papa “místico”. Perdón por nuestras críticas y desafectos. De seguro que desde tu retiro conventual, desde tu silencio orante, seguirás despidiendo el aroma de tu inmenso jardín interior. No pocos percibirán, cuando se acerquen al Vaticano, que allá -sin anillo-, en aquel humilde convento, alguien habita ya la séptima Morada.

José Cristo Rey García Paredes (Ecología del Espíritu)

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